jueves, 5 de septiembre de 2013

Cuento: Por una duda

Consigna: Cambiar narrador y o punto de vista de alguno de los siguientes cuentos: “El vecino”. Incluya en el relato una descripción extrañada.



Mi negocio avanza a pasos agigantados, se encuentra en una curva ascendente. Hace menos de un año, no contaba con más que un teléfono y una agenda. Lo manejaba todo desde la casa de mis padres, mientras terminaba la carrera. No siempre fui independiente: estuve más de un año trabajando para una gran empresa donde pude aprender sobre el negocio, pero sobre todo pude obtener una gran cantidad de contactos. Generé grandes relaciones con clientes de mucha importancia. Cuando me abrí, una parte significativa de ellos decidió irse conmigo, a mi emprendimiento.
Después de año nuevo decidí alquilar mi propia oficina. Era mucho más que a lo que cualquier joven de mi edad podría aspirar. Con sólo 24 años me pude dar el lujo de mantenerme a mí mismo, y, además, mantener mi despacho. Tiene sala y antesala, más una cocina amplísima. Hasta pude contratar a alguien para que la decore. Sillones, escritorio, biblioteca, incluso plantas. Cualquiera envidiaría mi dicha.
            El departamento de al lado también está ocupado. Desconozco qué ocurre allí adentro. Sólo sé, por lo que cuenta el portero, que el dueño es un tal Gutiérrez. El tipo siempre anda bien vestido: de traje hecho a medida, entallado, de tonos azules o negros, rayados o lisos. Por supuesto, con corbata y camisa acorde al traje que viste, y nunca le falta una especie de adorno para corbata. Tiene más de uno, todos dorados pero en muchos motivos, alargados y en perfecta armonía con la vestimenta. No entiendo bien el fin último del instrumento, no logro comprender si es útil u ornamental. Me parece que sirve como una hebilla para atajar la corbata puesto que la muerde manteniéndola firme en su lugar. En fin, a ciencia cierta, solo sé su apellido.
Una de esas tardes de ocio, en las que me siento a beber whisky y ahondar en mis pensamientos, me di cuenta de que el portero quizás, y solo quizás, me dijo lo que yo quería escuchar. Tal vez, acaso, no me dijo todo lo que sabía acerca de mi incierto vecino. Existe la posibilidad, a lo mejor, que, tomando partido por mi compañero de piso, dada su antigüedad en el edificio, haya decidido contarme su verdad acerca de él, ya que nuestros negocios son similares y, de esa forma, podría darle una ventaja a quien, quién sabe, fuera su amigo o compañero de pequeñas pero informales charlas, de esas que se tienen en el ascensor o en encuentros en la puerta de calle, que generalmente suelen tener como protagonistas a los partidos más polémicos del último domingo, y, es más, hasta podrían ser del mismo equipo.
Ante mi revelación, el interés por mi rival había incrementado. Ya no estaba distraído y tenía que recuperar la ventaja que había perdido por culpa del portero. Por eso, comencé a prestar más atención y a afinar mis sentidos en todo momento. Descubrí que las paredes eran lo suficientemente delgadas como para escuchar las conversaciones del departamento contiguo, y viceversa. Escuchaba todos los negocios que tramaba mi competencia con la nitidez necesaria como para anotar cada detalle. Bastaba un par de minutos de conversación para lograr descubrir quiénes eran sus clientes.
Emocionado por mi descubrimiento, cual si hubiese encontrado oro bajo el parquet de mi oficina, corrí a mi despacho para adelantármele y cerrar los tratos primero. De esa forma podría ponerme a la cabeza y llevar la ventaja. Estaba por marcar el primer número de teléfono, cuando un segundo de lucidez atravesó mi cabeza y pude entender lo que estaba pasando. Mi vecino llevaba más tiempo en el edificio que yo, y por lo tanto ya sabía que las paredes eran como coladores de palabras. Además, tenía suficiente tiempo en el negocio como para aprender que, mientras menos gente supiese sobre un posible trato, sería más seguro cerrarlo. Entonces, ¿por qué habría de hablar tan fuerte, dejando que yo me entere de sus fructíferos acuerdos con distintos clientes y dándome la posibilidad de ganárselos de mano, sin una pizca de precaución o mesura en su hablar…? Claramente, si yo busco que otra persona haga algo por mí, no se lo ordenaría: le haría creer que eso que yo quiero es idea suya, que es lo que él quiere para sí. De esa forma tendría más convicción al hacerlo.

Estaba jugando su juego. ¿Cuál sería su próximo movimiento? Podría estar pensando en cambiarme el diario, y así yo me base en información errónea al llevar a cabo mis inversiones en el mercado. O, tal vez, podría estar tramando algo más simple, más fácil, más rápido. Quizás, en su mente, solo subyacía la idea de eliminar a la competencia de la manera más eficaz: un sicario lo resolvería todo.




Con la colaboración de +Gonzalo Herrera 

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