Consigna: Cambiar narrador y o punto de vista de alguno de los
siguientes cuentos: “El vecino”.
Incluya en el relato una descripción extrañada.
Mi negocio avanza a pasos agigantados, se encuentra en una curva ascendente. Hace menos de un año, no contaba con más que un teléfono y una agenda. Lo manejaba todo desde la casa de mis padres, mientras terminaba la carrera. No siempre fui independiente: estuve más de un año trabajando para una gran empresa donde pude aprender sobre el negocio, pero sobre todo pude obtener una gran cantidad de contactos. Generé grandes relaciones con clientes de mucha importancia. Cuando me abrí, una parte significativa de ellos decidió irse conmigo, a mi emprendimiento.
Mi negocio avanza a pasos agigantados, se encuentra en una curva ascendente. Hace menos de un año, no contaba con más que un teléfono y una agenda. Lo manejaba todo desde la casa de mis padres, mientras terminaba la carrera. No siempre fui independiente: estuve más de un año trabajando para una gran empresa donde pude aprender sobre el negocio, pero sobre todo pude obtener una gran cantidad de contactos. Generé grandes relaciones con clientes de mucha importancia. Cuando me abrí, una parte significativa de ellos decidió irse conmigo, a mi emprendimiento.
Después
de año nuevo decidí alquilar mi propia oficina. Era mucho más que a lo que
cualquier joven de mi edad podría aspirar. Con sólo 24 años me pude dar el lujo
de mantenerme a mí mismo, y, además, mantener mi despacho. Tiene sala y
antesala, más una cocina amplísima. Hasta pude contratar a alguien para que la
decore. Sillones, escritorio, biblioteca, incluso plantas. Cualquiera
envidiaría mi dicha.
El departamento de al lado también
está ocupado. Desconozco qué ocurre allí adentro. Sólo sé, por lo que cuenta el
portero, que el dueño es un tal Gutiérrez. El tipo siempre anda bien vestido:
de traje hecho a medida, entallado, de tonos azules o negros, rayados o lisos. Por
supuesto, con corbata y camisa acorde al traje que viste, y nunca le falta una
especie de adorno para corbata. Tiene más de uno, todos dorados pero en muchos
motivos, alargados y en perfecta armonía con la vestimenta. No entiendo bien el
fin último del instrumento, no logro comprender si es útil u ornamental. Me
parece que sirve como una hebilla para atajar la corbata puesto que la muerde manteniéndola
firme en su lugar. En fin, a ciencia cierta, solo sé su apellido.
Una
de esas tardes de ocio, en las que me siento a beber whisky y ahondar en mis
pensamientos, me di cuenta de que el portero quizás, y solo quizás, me dijo lo
que yo quería escuchar. Tal vez, acaso, no me dijo todo lo que sabía acerca de
mi incierto vecino. Existe la posibilidad, a lo mejor, que, tomando partido por
mi compañero de piso, dada su antigüedad en el edificio, haya decidido contarme
su verdad acerca de él, ya que
nuestros negocios son similares y, de esa forma, podría darle una ventaja a
quien, quién sabe, fuera su amigo o compañero de pequeñas pero informales
charlas, de esas que se tienen en el ascensor o en encuentros en la puerta de
calle, que generalmente suelen tener como protagonistas a los partidos más
polémicos del último domingo, y, es más, hasta podrían ser del mismo equipo.
Ante
mi revelación, el interés por mi rival había incrementado. Ya no estaba
distraído y tenía que recuperar la ventaja que había perdido por culpa del
portero. Por eso, comencé a prestar más atención y a afinar mis sentidos en
todo momento. Descubrí que las paredes eran lo suficientemente delgadas como
para escuchar las conversaciones del departamento contiguo, y viceversa.
Escuchaba todos los negocios que tramaba mi competencia con la nitidez necesaria
como para anotar cada detalle. Bastaba un par de minutos de conversación para
lograr descubrir quiénes eran sus clientes.
Emocionado
por mi descubrimiento, cual si hubiese encontrado oro bajo el parquet de mi
oficina, corrí a mi despacho para adelantármele y cerrar los tratos primero. De
esa forma podría ponerme a la cabeza y llevar la ventaja. Estaba por marcar el
primer número de teléfono, cuando un segundo de lucidez atravesó mi cabeza y
pude entender lo que estaba pasando. Mi vecino llevaba más tiempo en el
edificio que yo, y por lo tanto ya sabía que las paredes eran como coladores de
palabras. Además, tenía suficiente tiempo en el negocio como para aprender que,
mientras menos gente supiese sobre un posible trato, sería más seguro cerrarlo.
Entonces, ¿por qué habría de hablar tan fuerte, dejando que yo me entere de sus fructíferos acuerdos con distintos clientes
y dándome la posibilidad de ganárselos de mano, sin una pizca de precaución o
mesura en su hablar…? Claramente, si yo busco que otra persona haga algo por
mí, no se lo ordenaría: le haría creer que eso que yo quiero es idea suya, que
es lo que él quiere para sí. De esa forma tendría más convicción al hacerlo.
Estaba
jugando su juego. ¿Cuál sería su próximo movimiento? Podría estar pensando en cambiarme
el diario, y así yo me base en información errónea al llevar a cabo mis
inversiones en el mercado. O, tal vez, podría estar tramando algo más simple,
más fácil, más rápido. Quizás, en su mente, solo subyacía la idea de eliminar a
la competencia de la manera más eficaz: un sicario lo resolvería todo.
Con la colaboración de +Gonzalo Herrera
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