jueves, 31 de octubre de 2013

Ella es bailarina

Todos los años viajamos a Formosa. Todos los años mi familia nos espera en la puerta de la casa de mi abuela para saludarnos. Todos los años entramos y respiramos el olor de allá: humedad y calor, un poco de polvo y ese no sé qué que tiene cada hogar.  Siempre hay cambios: una mesa más acá, unas cortinas nuevas, un aire, la pared pintada, la habitación donde paramos remodelada… La foto que estaba acá está allá, la de tal primo quedó un poco más atrás, a un portarretrato se le rompió el vidrio y anda medio descuajeringado, un dibujo más de María José, algún adorno nuevo, el soldado, la virgen, el Sagrado Corazón de Jesús, las sillas… y la bailarina de flamenco.
Morena de piel, cabellos oscuros. Ojos negros delineados con el mismo color. Argollas en las orejas, plateadas. Un velo negro y un detalle rojo en la coronilla. Alta, estilizada. El vestido amarillo, ese amarillo de la yema del huevo. Perfecta. El modo en que el color de su ropaje contrasta con su piel, los ojos grandes, penetrantes, el negro de su velo cayendo sobre el vestido. Está parada, excesivamente erguida, una mano en su cintura y la otra en alto, llamándote... Siempre apoyada en alguna estantería, juntando polvo, pasando desapercibida. Así la recuerdo. Lejana.
            Cada vez que la veo, me llama. La ignoro y sigo dando abrazos, reconfortantes, claro. Pero ahí está. Y si pienso en la casa de mi abuela, pienso en ella. Y si tengo recuerdos de pequeña, siempre está como background. No el soldadito, no el Sagrado Corazón de Jesús; retratos sin caras, y ella.

            Lo raro es que no pasa lo mismo con una imagen de la bailarina. Para escribir esto, le pedí a Chalito, mi primo, si le podía sacar una foto y mandármela. Muy amablemente me la pasó, y la ví. Ahí estaba, sin fuerza, sin presencia, sin esa cosa de gitana que te captura, te obnubila, te anonada. Los ojos no son más que negros, el amarillo no contrasta con su piel, su posición, que antes me tentaba, ahora me resulta un tanto espástica. Es como si no fuese la misma. Mi primer reacción fue “¿Sobre esto pretendo escribir? No es así como yo la recuerdo”. Y no hace tanto tiempo desde la última vez que fui a Formosa. Ahí fue cuando confirmé que este era el objeto indicado para analizar desde el Studium y el Punctum que propone Barthes. Porque, evidentemente, la muñeca, como muñeca, no es nada más que eso: una muñeca entre las tantas otras que hay en la casa de la abuela. Pero para mí es mucho más. Tiene todo aquello a lo que yo aspiro. Tiene pasión. Tiene carácter.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Guau, Porita!! Yo ni me acordaba de la bailarina!! La voy a tener que mirar cuando volvamos!

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