viernes, 6 de septiembre de 2013

Crónica sobre el encuentro con Ariel Idez y Martín Kohan

Un nuevo modo de enseñar, una experiencia distinta
       Del vínculo virtual al encuentro concreto
entre escritores y lectores


En el pasado mes de junio, los alumnos de Ciencias de la Comunicación de la UBA tuvimos la posibilidad de interactuar con dos autores que habíamos leído durante la cursada: Ariel Idez y Martín Kohan.
Nuestra primera aproximación a Ariel Idez fue a través de la lectura de su novela La última de César Aira, publicada en 2012 por la editorial Pánico al pánico. Aquí, el autor crea una figura narrativa despreocupada e inescrupulosa, por lo cual uno tendería a imaginarlo con una personalidad semejante a la de su narrador. No obstante, cara a cara la impresión que nos dejó fue distinta: se mostró tímido, retraído, algo tenso y desconcertado al verse envuelto en la situación de estar frente a tamaño auditorio compuesto no solo por meros lectores sino por lectores críticos; seguramente habíamos hecho algún análisis sobre su primera novela.
Idez es un joven escritor, licenciado en Comunicación y docente de la UBA. Actualmente colabora en los suplementos culturales de Página 12 y de Perfil, participa en un programa radial y escribe en el blog “El Mate Tuerto” que comparte con su íntimo amigo y colega Matías Pailós. En la charla se mostró muy jovial, pero sus nervios dejaron entrever la inexperiencia propia de la juventud.
A medida que avanzaba la charla Ariel iba desinhibiéndose para dar lugar a que emerjan dejos de aquél narrador inescrupuloso que había creado para contar las travesías del Enano Más Sexy del Mundo.  Quizás este comienzo algo estructurado se debió a su decisión de iniciar la clase con la lectura de un texto previamente escrito. En él, el autor se propuso explicarnos cómo concibe la relación entre la Comunicación y la Literatura; para ello recurrió a su experiencia personal: su paso a través de nuestra carrera.
Nos contó cómo fue descubriendo su vocación: a medida que avanzaba con sus estudios iba despertándose en él el interés por la literatura. Durante la cursada de una de las primeras materias de la carrera, precisamente Taller de Expresión I, se produjo su primer acercamiento al mundo literario; fue un “camino de ida”. Cada libro que llegaba a sus manos lo impulsaba a leer otros y esos otros, otros más. Cada autor que leía dejaba en él una impresión diferente, pero sólo algunos, sus favoritos, lo marcaron a nivel personal y dejaron huellas en su prosa. Estas nuevas lecturas lo tentaron a querer encarnar el rol de escritor, y así fue como se animó a escribir sus primeras líneas. Define este proceso como un círculo virtuoso entre lectura, experiencia y escritura. Un claro ejemplo de esto es la mismísima novela que trabajamos, en la cual se refleja permanentemente la intertextualidad con la obra de César Aira, e incluso se puede ver un dejo aireano en los modos de estructuración sintáctica en su escritura.
Para ilustrar su idea sobre el vínculo literatura/comunicación, Idez sostiene que un comunicador está mejor preparado para enfrentar los obstáculos que presenta el mundo literario gracias a las aptitudes brindadas por el estudio en el campo comunicacional: por un lado la carrera le proporciona al estudiante un gran contenido de cultura general, y por el otro también le otorga distintos modos de análisis, diversas focalizaciones. Así es como Ariel explica que tantos literatos contemporáneos hayan surgido de la carrera que nos compete; ellos cuentan con una gran facilidad para comunicar aquello que desean expresar: la escritura es un acto comunicativo.
Una vez hubo acabado de leer el texto que había escrito especialmente para la ocasión, se dispuso a respondernos las preguntas que le planteásemos. La primera fue muy atinada: “¿Cómo se le ocurrió la novela?”. Esto disparó los pensamientos de todos, y una extrema curiosidad ya que en esa interrogación se resumían muchas de las dudas de todos. Para dar contestación, en primer término, describió su gran admiración por el autor que inspira la obra, y agregó que entendía que él no había sido el único estimulado por el autor, pero que no quería que su novela se convierta en otra novela aireana. Entonces, debía diferenciarse del resto de los, como él los llama, “imitadores de Aira”: su novela no sólo iba a tener el estilo del escritor, sino que además se iba a proclamar aireana, iba a asumir su condición de inspirada en el excéntrico autor.
Para continuar con el relato acerca de “cómo se le ocurrió”, refirió a una anécdota personal, en la que él y una amiga suya conversaban sobre “la última de Cesar Aira”, pero cada uno se refería a un libro diferente. Luego, y para cerrar la historia, dijo que siempre se habla de cómo distintos escritores fueron definiendo la historia, y cambiando el presente o el futuro. Esto lo llevó a pensar sobre la posibilidad que otorga la literatura de crear mundos. Entonces, si un escritor puede crear un universo, por qué no también, puede destruirlo. Así fue cómo surgió la idea de su novela.
En respuesta a otras preguntas Idez nos comenta cómo llegó a publicar La última de Cesar Aira, y nos dice que no fue nada fácil. De hecho desde que la terminó de escribir hasta que devino libro, pasaron varios años, de los cuales no sólo no reniega, sino que además está orgulloso.
Otra pregunta fue si se sentía identificado con algún personaje, sobre todo con el Enano Más Sexy del Mundo, a lo que el joven escritor contestó que no y sí a la vez: que él tiene algo de todos los personajes, o que todos tienen algo de él. Supongo que es algo parecido a lo que nos pasa a cada uno de los lectores con la literatura, en especial cuando leemos un libro que nos apasiona: podemos encontrar en todos los personajes un mínimo reflejo de nosotros mismos.
Ariel Idez se fue mostrando cada vez más suelto y extrovertido. De vez en cuando hacía un chiste, se reía, hacía acotaciones perspicaces y cargadas de humor. Se lo vio  muy despierto y acertado, tal cual uno se lo imaginaba al leer su novela. Su lucidez e ingeniosidad daban ganas de ir a algún lugar tranquilo y sentarse a escribir, para ser un poco como él. Él intentando ser como Aira, nosotros queriendo ser como él, y continuando, así, el círculo virtuoso de la literatura.

            Pasaron dos semanas y tuvimos la oportunidad de vivenciar una experiencia similar y a la vez antagónica: esta vez nos visitó el reconocido escritor Martín Kohan.
            Durante la cursada del primer cuatrimestre habíamos leído una novela a elección entre tres: Dos veces junio, Cuentas Pendientes y Bahía Blanca. Éste había sido nuestro primer paso para ir conociendo al autor. El segundo paso fue, para aquellos a quienes nos gustó lo que leímos, googlearlo. Investigamos un poco y descubrimos que, además de escritor de varias novelas, ensayos y libros de cuentos; es crítico literario y profesor de la UBA. Las expectativas se multiplicaron y la ansiedad llegó a niveles no imaginados.
            Efectivamente, el encuentro se produjo. Esta vez no teníamos una imagen mental de cómo podría ser el autor, ya que no podíamos jamás identificarlo con el narrador de Dos Veces Junio, la novela que habíamos leído. En ésta, el narrador es un médico aprendiz funcional a la Dictadura del ’76, frívolo y desalmado. Por esto, más allá de la genialidad que, suponíamos, tenía Martín, su perfil estaba abierto.
            Para dar comienzo a la charla, Kohan nos advirtió que no sólo nosotros teníamos altas expectativas acerca del encuentro: él también estaba lleno de miedos y suposiciones por ver concretado el vínculo escritor-lector, sin el libro como intermediario. Describió su tarea como solitaria, ya que escribe para un otro conjetural, que no está.
            A continuación, Martín convirtió la charla en una clase, lo cual resultó maravilloso. No sólo tuvimos la posibilidad de interactuar con un escritor de renombre, sino que, además, nos contó su “fórmula ganadora”. Su enseñanza se refirió a la narración y los modos de narrar, empezando con una introducción acerca de la tan bastardeada dicotomía forma/contenido en términos de “la narración” y “lo narrado”, respectivamente. Expuso que, si bien es una reducción, es necesario tenerla en cuenta y debe ser recuperada. Claro está que no son dos objetos, ya que no hay  nada del orden de lo narrado que exista independientemente del orden de la narración.
            La hipótesis que el escritor sostiene y sobre la cual hizo hincapié durante toda la charla es que la literatura es la pregunta por el “¿Cómo decir?”, más que por el “¿Qué decir?”. Sin embargo, explicó que existe una literatura de “lo narrado”: ésta hace de los libros una mera mercancía, alejándolos del arte. Se habla de la temática y se llega a transformar una buena historia en una historia que vende. Martín se opone a esta idea y afirma que una buena historia debe tener su pregunta fundante en el cómo. Contó, para ilustrar la parte capitalista del arte escrito, su experiencia en la Feria del Libro de Frankfurt. Comparó la situación que había vivido con la Bolsa de Valores de Tokio, y según sus palabras “era la expresión descarnada del comprar y vender historias”.
            Una vez hubo aclarado que lo más importante en literatura es la narración, nos explicó cómo narrar.  Es decir, nos dijo que nos preguntáramos por el cómo y nos dio una ecuación para la respuesta. Las decisiones sobre la narración son decisivas ya que van a determinar la forma del texto en su totalidad. Inventarlo es el primer paso de la historia, es la primera ficción. Encontrar el narrador de una historia significa darle un tono y una distancia: especificar la relación que va a haber entre la narración y lo narrado. Luego tradujo a qué se refería con estos términos. El tono expresa los matices del texto: ironía, afectividad, odio, preocupación... A la distancia, si bien no encontró las palabras precisas para definirla, la ilustró de modo muy acertado y entendible comparándola con “eso que hace un pintor”: se puede pegar a la tela para ver el detalle más minúsculo, o también puede dar dos pasos para atrás y así ganar perspectiva panorámica, visión de conjunto.
            Otra forma de establecer la relación entre el narrador y lo narrado es definir cuánto sabe este narrador. El narrador que se acostumbra a utilizar, sobre todo cuando es un narrador de tercera, es aquél que sabe más que el lector y de a poco va soltando la información que tiene. Por eso se lo llama omnisciente. Kohan nos planteó la posibilidad de crear un narrador que no sabe, donde el lector está un paso más adelante que el narrador.
            Cuando se construye un texto se crean distintos tipos de relaciones y distintos tipos de identificación posibles: existe una identificación entre el autor y el narrador, o entre este último y el lector, o incluso entre el lector y otro personaje. Sin embargo, así como se puede generar identificación, también se pueden construir opuestos, crear antagonismos.
            Como cierre de su exposición, concluyó que la vieja dicotomía forma/contenido estanca cuando es pura forma, o puro contenido. Lo ideal, que lleva a la construcción de buenas historias, es que el contenido importe solamente como emanación de la forma: lo narrado es constituido por la narración.
            Al terminar su discurso sobre qué entiende él por literatura, Kohan se dispuso a contestar pregunta. La primera duda que se le planteó se refirió a su forma de escribir. En primero lugar, hizo la distinción entre lo que entiende como texto y lo que entiende como libro, siendo el texto lo que es construye en el proceso de  escritura y el libro el texto que devino mercancía accesible para todo público. Contó que él escribe a mano, con una lapicera pluma que le regalaron sus padres cuando se doctoró, y en un cuaderno de doscientas hojas marca Rivadavia. Describió el placer físico que le provoca el acto de trazar letras en la hoja, por su textura, su olor, por la forma en que uno, toca, sujeta, abraza el texto cuando lo escribe. Agregó que ha intentado hacerlo en la computadora, pero fue un fracaso, ya que “el ritmo en que aparecen las palabras en mi mente se acompasan con el ritmo de escritura a mano”.
            Otra pregunta fue “¿Qué pasa si tiene que reescribir un largo fragmento?”. En ese caso, desecharía lo que está escribiendo: a un texto le hace pocas correcciones, contrariamente a lo que cualquiera puede imaginar. Sí agrega anotaciones a los márgenes o a pie de página. Reveló que es más común en él agregar oraciones o palabras antes que tachar algo que escribió. A lo sumo reescribe una frase, pero no la elimina. Corregir es escribir, concluyó como respuesta.
            Confesó que antes de sentarse a escribir necesita tener todo muy bien pensado. Es menester haber previsto el narrador, y la idea, es decir las historias que se va a relatar. En este momento Kohan logra eliminar los parámetros de  escritor que uno tiene incorporados, abriendo un mundo de posibilidades. Contrario al escritor aventurero y excéntrico que uno siempre imagina, reveló que no le gusta la incertidumbre, la sorpresa, el titubeo; necesita tener todo calculado previamente. No obstante, agregó que el texto también sigue una lógica que debe ser seguida: no sólo él decide cómo continuar, el relato también tironea.
            Hubo más preguntas, sobre todo acerca de los libros leídos. Respondió dudas referidas a la forma de escritura de Dos veces junio: tal como estaba escrito en el libro estaba en el texto, ya que si, por ejemplo, lo que buscaba al relatar la formación del equipo argentino era generar suspenso, y a la vez un poco de agobio, él también debía sentir eso mismo. Los fragmentos de los cuales está formado cada capítulo, consiguen crear, entre cada uno de ellos, un silencio cargado de tensión, una pausa insoportable, como si se tratara de una ópera. En cuanto a la numeración de los capítulos, expuso que se debía a la frivolidad numérica que supone la tópica principal de la novela: calcular la edad a partir de la cual se puede torturar a un niño.
            En cuanto a Cuentas pendientes dijo que no es una novela acerca de lo que la narración relata, sino que es acerca de lo que cuenta la narración. “Es puro narración, puro punto de vista”. Está escrita en primera persona, pero parece en tercera. Empieza con la frase “Tengo para mí…” convirtiendo todo lo posterior en puras conjeturas. Aquello que parecían certezas debido a la narración en falsa tercera, era pura suposición. Esa suposición es la imaginación del narrador, y la plantea en la novela como algo terrible, algo no grato. Imaginar, que supone algo lindo y positivo, se transforma en una tortura, un agobio.
            Una compañera bahiense comentó que había elegido leer Bahía Blanca, y preguntó qué era lo que lo llevó a elegir dicha ciudad. Para dar respuesta Kohan aclaró que nada de lo que dice sobre la ciudad del sur de Buenos Aires es lo que él piensa, y volvió a decir algo que desencajó al alumnado, apartándose otra vez de los parámetros  y del estereotipo del escritor: “Yo no pienso nada de los lugares a los que voy. No soy curioso, carezco de esa virtud” y agregó “yo como milanesas con puré donde esté”. Un escritor no curioso es para mí algo inconcebible. Una vez hubo esclarecido esta cuestión, contó que lo que lo llevó a elegir la ciudad de Bahía Blanca fue su fama de yeta. Define a su libro como una novela mitológica, ya que la ciudad de la que trata está cargada de negatividad.
“Una novela son constelaciones de ideas que se tocan entre sí”, sostuvo. Por ejemplo, en Dos veces junio los esquemas eran: la tortura del niño, contar una historia en una noche, que esa noche pierda su único partido el equipo argentino del mundial del ’78, contar ese mundial en clave de tristeza y no en clave de alegría… Por otro lado, en Bahía Blanca, las ideas que se entrecruzan son la yeta y el olvido, sin mencionar que tanto el nombre de la ciudad como el del puerto hacen referencia al blanco, como la frase “ponerse en blanco”, es decir, olvidar.

Siempre que uno lee a un autor, sobre todo cuando lo hace en el ámbito escolar, lo vuelve mítico, inaccesible, lejano en tiempo y espacio, inalcanzable. A partir de esta experiencia, los alumnos pudimos humanizar a aquella persona que se encuentra detrás de los textos que leemos. Al encontrarnos con Kohan y con Idez no sólo pudimos convertirlos en seres de carne y hueso, sino que además tuvimos la posibilidad de identificarnos con ellos en diversos aspectos, como la timidez de Ariel, o la carencia de curiosidad de Martín.
Fue muy distinto reírse de las aventuras del Enano Más Sexy del Mundo, que reírse con el autor de dichas aventuras. Fue totalmente diferente (y mucho más difícil) tratar de desenmarañar las tácticas y estrategias de narración que utilizó el autor de Dos veces junio, a que él nos las contara una por una, dándonos el pie, incluso, a que creemos nuestros propios métodos de contar una historia.


Tuvimos la oportunidad de vivenciar algo que nos desarticuló, sacándonos del lugar cómodo en que estábamos. El hecho de que un escritor sea terrenal y esté a nuestro alcance, nos obliga a no quedarnos sentados, evidencia nuestra haraganería y nos exige movernos. 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien escrito. Me parece estar hablando con el escritor y "la escritora"

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