Este cuento lo escribí para la facu. La consigna consistía en continuar el cuento escrito por César Aira, titulado "El carrito". Dejo el link por si alguien lo quiere leer.
La consgina que dio el profesor para el siguiente trabajo fue "reescriba un cuento". Para explicarse, ejemplificó lo que había que hacer con mi cuento. Así que, aparentemente, se puede tomar mi cuento como la continuación de "El carrito" o como su reescritura.
El Mal
Esa
noche, y las demás noches, no pude dormir. Me sentía incómodo, totalmente
excedido por la información que había recibido en el supermercado. Traté de
mirar la televisión, pero no prestaba atención. Traté de leer un libro,
literatura barata, de modo que fuese fácil entender el hilo de las palabras; no
hubo caso. No paraban de girar en mi cabeza las palabras pronunciadas, incluso
masculladas, por aquél carrito. Él era el Mal. Su revelación me tenía
intranquilo, perturbado: no me alarmaba el hecho de que efectivamente existiese
algo que sea puramente malo, neta maldad, me molestaba el hecho de haberlo
encontrado yo. Esto, si era yo el que
lo había encontrado, y no él a mí. ¿Qué significaba que él era el Mal? ¿Qué es
el Mal? Bueno, es un carrito de supermercado, pero ¿qué implicaba ser el Mal?
Tuve
un debate filosófico durante toda la noche acerca del significado de maldad y
bondad. Las únicas explicaciones que encontraba para la cuestión eran
personificaciones, o argumentos que pasaban a lo metafísico. La bondad era mi
mamá, pero también podía ser una idea abstracta formulada por nosotros, los
humanos, en algún momento de nuestra historia, para tener algo a lo cual
asemejarnos, un ejemplo perfecto. El Bien como patrón de vida. También era
Dios, que es misericordioso, justo e igualitario, aunque esto último sea
discutible. Y a partir de estas definiciones, deduje el significado del Mal:
era mi maestra de tercer grado (nunca conocí a alguien tan perverso y malicioso
como ella), o era aquello de lo que nos teníamos que alejar, era el modelo de
lo que no debíamos ser. O era Satanás, claro.
A
eso de las cinco de la madrugada de esa misma noche, que más que noche se había
vuelto un calvario, la desgracia me tocó la puerta. Lo peor que me podría haber
pasado me pasó. Esto era peor que haber descubierto el Mal en el súper. Me
surgió la pregunta que me llevaría a la locura: si el carrito era lo que decía
ser, que por cierto de seguro lo era ¿por qué me lo habría dicho? ¿Por qué me
lo dijo? ¿Por qué a mí y no a otro? ¿Por qué no permanecer anónimo, como lo
había hecho desde el principio de la humanidad? ¿O ya se lo habría dicho a
otros? No creo, yo era el único que notaba lo extraño de aquél chango, su
particularidad. Entonces, ¿por qué me eligió a mí?
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