jueves, 5 de septiembre de 2013

Cuento: El Mal

Este cuento lo escribí para la facu. La consigna consistía en continuar el cuento escrito por César Aira, titulado "El carrito". Dejo el link por si alguien lo quiere leer.
La consgina que dio el profesor para el siguiente trabajo fue "reescriba un cuento". Para explicarse, ejemplificó lo que había que hacer con mi cuento. Así que, aparentemente, se puede tomar mi cuento como la continuación de "El carrito" o como su reescritura. 

El Mal

Esa noche, y las demás noches, no pude dormir. Me sentía incómodo, totalmente excedido por la información que había recibido en el supermercado. Traté de mirar la televisión, pero no prestaba atención. Traté de leer un libro, literatura barata, de modo que fuese fácil entender el hilo de las palabras; no hubo caso. No paraban de girar en mi cabeza las palabras pronunciadas, incluso masculladas, por aquél carrito. Él era el Mal. Su revelación me tenía intranquilo, perturbado: no me alarmaba el hecho de que efectivamente existiese algo que sea puramente malo, neta maldad, me molestaba el hecho de haberlo encontrado yo. Esto, si era yo el que lo había encontrado, y no él a mí. ¿Qué significaba que él era el Mal? ¿Qué es el Mal? Bueno, es un carrito de supermercado, pero ¿qué implicaba ser el Mal?

Tuve un debate filosófico durante toda la noche acerca del significado de maldad y bondad. Las únicas explicaciones que encontraba para la cuestión eran personificaciones, o argumentos que pasaban a lo metafísico. La bondad era mi mamá, pero también podía ser una idea abstracta formulada por nosotros, los humanos, en algún momento de nuestra historia, para tener algo a lo cual asemejarnos, un ejemplo perfecto. El Bien como patrón de vida. También era Dios, que es misericordioso, justo e igualitario, aunque esto último sea discutible. Y a partir de estas definiciones, deduje el significado del Mal: era mi maestra de tercer grado (nunca conocí a alguien tan perverso y malicioso como ella), o era aquello de lo que nos teníamos que alejar, era el modelo de lo que no debíamos ser. O era Satanás, claro.

A eso de las cinco de la madrugada de esa misma noche, que más que noche se había vuelto un calvario, la desgracia me tocó la puerta. Lo peor que me podría haber pasado me pasó. Esto era peor que haber descubierto el Mal en el súper. Me surgió la pregunta que me llevaría a la locura: si el carrito era lo que decía ser, que por cierto de seguro lo era ¿por qué me lo habría dicho? ¿Por qué me lo dijo? ¿Por qué a mí y no a otro? ¿Por qué no permanecer anónimo, como lo había hecho desde el principio de la humanidad? ¿O ya se lo habría dicho a otros? No creo, yo era el único que notaba lo extraño de aquél chango, su particularidad. Entonces, ¿por qué me eligió a mí?

Las respuestas surgían de a cascadas, o no surgía nada. A eso de las 10 de la mañana del día siguiente, pude generar una respuesta clara: me había elegido a mí porque era yo su antítesis. Yo era aquél con el cual él lucharía, con quien se opondría. Yo, y nadie más que yo, era el Bien. Era yo el ejemplo para todas las personas del mundo. Era yo el elegido. Era yo patrón y modelo. Yo era Dios. A partir de descubrir mi alma llena de bondad, salí al mundo a poner en práctica eso que se le llama  hacer el bien. Fue entonces cuando mi mundo se vino abajo. ¿Por qué habría el Mal de hacerse conocer, si eso me haría dar cuenta de mi condición de lo bueno? ¿No demuestra eso un sesgo de bondad en la maldad? Sí, y no podía ser. Lo malo es puramente malo: no puede ser un buen competidor, ni ser moralmente correcto. Entonces, ¿por qué yo? Yo era su secuaz. Yo soy el Mal.







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