martes, 1 de octubre de 2013

Al mal tiempo, carcajada.

      La risa es un reflejo que sale naturalmente de nosotros cuando algo nos causa gracia. Qué noticia. Pero ¿qué pasa cuando nos reímos por cosas serias, como cuando un niño se va de boca al piso, o cuando una amiga te cuenta “una tragedia” y no podés contener la carcajada porque vos sabés que es una pavada? Nada, pasa; absolutamente nada. Y sin embargo siempre te encontrás con esa madre que te mira con cara de “¡Animal! ¿Cómo te vas a reír de mi hijo? ¿No ves que se puede lastimar?”, o tu amiga se enoja como si acabases de cometer el peor error de tu vida, como si te hubieses vendido al otro, que es el enemigo.

      Justo ayer mi papá me contó una anécdota que merece la pena ser mencionada. Él solía salir con una chica, Betty. Un día de la primavera, iban caminando a la par, cuando la muchacha le pide a mi padre que la abrace. Mi papá, joven y pirata, le niega la demostración de afecto en público porque, al menos por el momento, no quería formalizar la relación. “¿Cómo? ¿No somos novios?”, preguntó ingenuamente Betty, a lo que mi padre respondió con un seco no. La pobre empezó a gritarle en pleno centro de Formosa: “Te odio, Elo. Te odio”. El muy desalmado no vio mejor contestación que cantar Ódiame, de Julio Jaramillo: “Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia, odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido”. En un lugar chico como Formosa los rumores corren rápido, y éste no fue la excepción. Al día siguiente, Mabel, que era la mejor amiga de Betty y la compañera de banco de mi papá, en plena clase y antes de dar un oral, se arrodilló frente a él y le pidió que le cantara la misma canción. Betty se enfureció y hasta le retiró la palabra a Mabel quién sabe por cuánto tiempo.


      Sí, Mabel se pasó de la raya porque no está bien burlarse del otro, pero hacer un chiste en un momento tenso, o reírse de algo que efectivamente tiene un costado gracioso, está más que bien. En primer lugar, ayuda a enfriar el asunto. En segundo lugar, permite al perjudicado dar unos pasos hacia atrás y así obtener una perspectiva más amplia del problema. En tercer lugar, la risa aliviana cualquier ambiente. Si un niño se pega un porrazo tiende a llorar. Generalmente, cuando esto sucede, a la madre se le sale el corazón del pecho debido el susto y corre a ayudarlo, preocupada y angustiada. En este caso, las probabilidades de que el pequeño llore aumentan exponencialmente. Si, en cambio, nos riésemos un poco de lo sucedido, liberaríamos gran parte de la tensión que genera una la caída: entonces, el nene se olvidaría de lo ocurrido, se levantaría y seguiría jugando. Por último, la persona que sufrió la desventura puede aceptar la risa del otro y comprender que es para el bien de ambos, porque es un modo alegre de sobrellevar el accidente y no un intento de ponerla en ridículo. De esta forma la víctima se dejaría llevar por la cálida y amena sensación que produce una carcajada bien habida y la recibiría con los brazos abiertos: hay que saber reírse de uno mismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y vos ¿te enojás cuando tu mamá se ríe cuando te caés?

Unknown dijo...

No, me enojo cuando se toma mi caída como el fin del mundo y se asusta más que yo, a tal punto que termina engordando el asunto.

Unknown dijo...

No, me enojo cuando se toma mi caída como el fin del mundo y se asusta más que yo, a tal punto que termina engordando el asunto.

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