Un nuevo modo de enseñar, una experiencia distinta
Del
vínculo virtual al encuentro concreto
entre escritores y lectores
En
el pasado mes de junio, los alumnos de Ciencias de la Comunicación de la UBA
tuvimos la posibilidad de interactuar con dos autores que habíamos leído
durante la cursada: Ariel Idez y Martín Kohan.
Nuestra
primera aproximación a Ariel Idez fue a través de la lectura de su novela La última de César Aira, publicada en
2012 por la editorial Pánico al pánico.
Aquí, el autor crea una figura narrativa despreocupada e inescrupulosa, por lo
cual uno tendería a imaginarlo con una personalidad semejante a la de su
narrador. No obstante, cara a cara la impresión que nos dejó fue distinta: se
mostró tímido, retraído, algo tenso y desconcertado al verse envuelto en la
situación de estar frente a tamaño auditorio compuesto no solo por meros
lectores sino por lectores críticos; seguramente habíamos hecho algún análisis
sobre su primera novela.
Idez
es un joven escritor, licenciado en Comunicación y docente de la UBA.
Actualmente colabora en los suplementos culturales de Página 12 y de Perfil,
participa en un programa radial y escribe en el blog “El Mate Tuerto” que
comparte con su íntimo amigo y colega Matías Pailós. En la charla se mostró muy
jovial, pero sus nervios dejaron entrever la inexperiencia propia de la
juventud.
A
medida que avanzaba la charla Ariel iba desinhibiéndose para dar lugar a que
emerjan dejos de aquél narrador inescrupuloso que había creado para contar las
travesías del Enano Más Sexy del Mundo. Quizás este comienzo algo estructurado se
debió a su decisión de iniciar la clase con la lectura de un texto previamente
escrito. En él, el autor se propuso explicarnos cómo concibe la relación entre
la Comunicación y la Literatura; para ello recurrió a su experiencia personal:
su paso a través de nuestra carrera.
Nos
contó cómo fue descubriendo su vocación: a medida que avanzaba con sus estudios
iba despertándose en él el interés por la literatura. Durante la cursada de una
de las primeras materias de la carrera, precisamente Taller de Expresión I, se
produjo su primer acercamiento al mundo literario; fue un “camino de ida”. Cada
libro que llegaba a sus manos lo impulsaba a leer otros y esos otros, otros más.
Cada autor que leía dejaba en él una impresión diferente, pero sólo algunos,
sus favoritos, lo marcaron a nivel personal y dejaron huellas en su prosa.
Estas nuevas lecturas lo tentaron a querer encarnar el rol de escritor, y así
fue como se animó a escribir sus primeras líneas. Define este proceso como un
círculo virtuoso entre lectura, experiencia y escritura. Un claro ejemplo de
esto es la mismísima novela que trabajamos, en la cual se refleja
permanentemente la intertextualidad con la obra de César Aira, e incluso se
puede ver un dejo aireano en los modos de estructuración sintáctica en su
escritura.
Para
ilustrar su idea sobre el vínculo literatura/comunicación, Idez sostiene que un
comunicador está mejor preparado para enfrentar los obstáculos que presenta el
mundo literario gracias a las aptitudes brindadas por el estudio en el campo
comunicacional: por un lado la carrera le proporciona al estudiante un gran
contenido de cultura general, y por el otro también le otorga distintos modos
de análisis, diversas focalizaciones. Así es como Ariel explica que tantos
literatos contemporáneos hayan surgido de la carrera que nos compete; ellos
cuentan con una gran facilidad para comunicar aquello que desean expresar: la escritura
es un acto comunicativo.
Una
vez hubo acabado de leer el texto que había escrito especialmente para la
ocasión, se dispuso a respondernos las preguntas que le planteásemos. La
primera fue muy atinada: “¿Cómo se le ocurrió la novela?”. Esto disparó los
pensamientos de todos, y una extrema curiosidad ya que en esa interrogación se
resumían muchas de las dudas de todos. Para dar contestación, en primer término,
describió su gran admiración por el autor que inspira la obra, y agregó que
entendía que él no había sido el único estimulado por el autor, pero que no quería
que su novela se convierta en otra
novela aireana. Entonces, debía diferenciarse del resto de los, como él los
llama, “imitadores de Aira”: su novela no sólo iba a tener el estilo del
escritor, sino que además se iba a proclamar aireana, iba a asumir su condición
de inspirada en el excéntrico autor.
Para
continuar con el relato acerca de “cómo se le ocurrió”, refirió a una anécdota
personal, en la que él y una amiga suya conversaban sobre “la última de Cesar
Aira”, pero cada uno se refería a un libro diferente. Luego, y para cerrar la
historia, dijo que siempre se habla de cómo distintos escritores fueron definiendo
la historia, y cambiando el presente o el futuro. Esto lo llevó a pensar sobre
la posibilidad que otorga la literatura de crear
mundos. Entonces, si un escritor puede crear un universo, por qué no
también, puede destruirlo. Así fue cómo surgió la idea de su novela.
En
respuesta a otras preguntas Idez nos comenta cómo llegó a publicar La última de Cesar Aira, y nos dice que
no fue nada fácil. De hecho desde que la terminó de escribir hasta que devino
libro, pasaron varios años, de los cuales no sólo no reniega, sino que además
está orgulloso.
Otra
pregunta fue si se sentía identificado con algún personaje, sobre todo con el
Enano Más Sexy del Mundo, a lo que el joven escritor contestó que no y sí a la
vez: que él tiene algo de todos los personajes, o que todos tienen algo de él.
Supongo que es algo parecido a lo que nos pasa a cada uno de los lectores con
la literatura, en especial cuando leemos un libro que nos apasiona: podemos
encontrar en todos los personajes un mínimo reflejo de nosotros mismos.
Ariel
Idez se fue mostrando cada vez más suelto y extrovertido. De vez en cuando hacía
un chiste, se reía, hacía acotaciones perspicaces y cargadas de humor. Se lo
vio muy despierto y acertado, tal cual
uno se lo imaginaba al leer su novela. Su lucidez e ingeniosidad daban ganas de
ir a algún lugar tranquilo y sentarse a escribir, para ser un poco como él. Él
intentando ser como Aira, nosotros queriendo ser como él, y continuando, así, el
círculo virtuoso de la literatura.
Pasaron dos semanas y tuvimos la
oportunidad de vivenciar una experiencia similar y a la vez antagónica: esta
vez nos visitó el reconocido escritor Martín Kohan.
Durante la cursada del primer
cuatrimestre habíamos leído una novela a elección entre tres: Dos veces junio, Cuentas Pendientes y Bahía
Blanca. Éste había sido nuestro primer paso para ir conociendo al autor. El
segundo paso fue, para aquellos a quienes nos gustó lo que leímos, googlearlo. Investigamos un poco y
descubrimos que, además de escritor de varias novelas, ensayos y libros de
cuentos; es crítico literario y profesor de la UBA. Las expectativas se
multiplicaron y la ansiedad llegó a niveles no imaginados.
Efectivamente, el encuentro se
produjo. Esta vez no teníamos una imagen mental de cómo podría ser el autor, ya
que no podíamos jamás identificarlo con el narrador de Dos Veces Junio, la novela que habíamos leído. En ésta, el narrador
es un médico aprendiz funcional a la Dictadura del ’76, frívolo y desalmado.
Por esto, más allá de la genialidad que, suponíamos, tenía Martín, su perfil
estaba abierto.
Para dar comienzo a la charla, Kohan
nos advirtió que no sólo nosotros teníamos altas expectativas acerca del
encuentro: él también estaba lleno de miedos y suposiciones por ver concretado
el vínculo escritor-lector, sin el libro como intermediario. Describió su tarea
como solitaria, ya que escribe para un
otro conjetural, que no está.
A continuación, Martín convirtió la
charla en una clase, lo cual resultó maravilloso. No sólo tuvimos la
posibilidad de interactuar con un escritor de renombre, sino que, además, nos
contó su “fórmula ganadora”. Su enseñanza se refirió a la narración y los modos
de narrar, empezando con una introducción acerca de la tan bastardeada
dicotomía forma/contenido en términos de “la narración” y “lo narrado”,
respectivamente. Expuso que, si bien es una reducción, es necesario tenerla en
cuenta y debe ser recuperada. Claro está que no son dos objetos, ya que no
hay nada del orden de lo narrado que
exista independientemente del orden de la narración.
La hipótesis que el escritor
sostiene y sobre la cual hizo hincapié durante toda la charla es que la
literatura es la pregunta por el
“¿Cómo decir?”, más que por el “¿Qué decir?”. Sin embargo, explicó que existe
una literatura de “lo narrado”: ésta hace de los libros una mera mercancía,
alejándolos del arte. Se habla de la temática y se llega a transformar una
buena historia en una historia que vende. Martín se opone a esta idea y afirma
que una buena historia debe tener su pregunta fundante en el cómo. Contó, para
ilustrar la parte capitalista del arte escrito, su experiencia en la Feria del
Libro de Frankfurt. Comparó la situación que había vivido con la Bolsa de
Valores de Tokio, y según sus palabras “era la expresión descarnada del comprar
y vender historias”.
Una vez hubo aclarado que lo más
importante en literatura es la narración, nos explicó cómo narrar. Es decir, nos dijo que nos preguntáramos por
el cómo y nos dio una ecuación para
la respuesta. Las decisiones sobre la narración son decisivas ya que van a
determinar la forma del texto en su totalidad. Inventarlo es el primer paso de
la historia, es la primera ficción. Encontrar el narrador de una historia
significa darle un tono y una distancia: especificar la relación que va a haber
entre la narración y lo narrado. Luego tradujo a qué se refería con estos
términos. El tono expresa los matices del texto: ironía, afectividad, odio,
preocupación... A la distancia, si bien no encontró las palabras precisas para
definirla, la ilustró de modo muy acertado y entendible comparándola con “eso
que hace un pintor”: se puede pegar a la tela para ver el detalle más
minúsculo, o también puede dar dos pasos para atrás y así ganar perspectiva
panorámica, visión de conjunto.
Otra forma de establecer la relación
entre el narrador y lo narrado es definir cuánto sabe este narrador. El
narrador que se acostumbra a utilizar, sobre todo cuando es un narrador de
tercera, es aquél que sabe más que el lector y de a poco va soltando la
información que tiene. Por eso se lo llama omnisciente. Kohan nos planteó la
posibilidad de crear un narrador que no sabe, donde el lector está un paso más
adelante que el narrador.
Cuando se construye un texto se
crean distintos tipos de relaciones y distintos tipos de identificación
posibles: existe una identificación entre el autor y el narrador, o entre este
último y el lector, o incluso entre el lector y otro personaje. Sin embargo,
así como se puede generar identificación, también se pueden construir opuestos,
crear antagonismos.
Como cierre de su exposición,
concluyó que la vieja dicotomía forma/contenido estanca cuando es pura forma, o
puro contenido. Lo ideal, que lleva a la construcción de buenas historias, es
que el contenido importe solamente como emanación de la forma: lo narrado es
constituido por la narración.
Al terminar su discurso sobre qué
entiende él por literatura, Kohan se dispuso a contestar pregunta. La primera
duda que se le planteó se refirió a su forma de escribir. En primero lugar,
hizo la distinción entre lo que entiende como texto y lo que entiende como
libro, siendo el texto lo que es construye en el proceso de escritura y el libro el texto que devino
mercancía accesible para todo público. Contó que él escribe a mano, con una
lapicera pluma que le regalaron sus padres cuando se doctoró, y en un cuaderno
de doscientas hojas marca Rivadavia. Describió el placer físico que le provoca
el acto de trazar letras en la hoja, por su textura, su olor, por la forma en
que uno, toca, sujeta, abraza el texto cuando lo escribe. Agregó que ha
intentado hacerlo en la computadora, pero fue un fracaso, ya que “el ritmo en
que aparecen las palabras en mi mente se acompasan con el ritmo de escritura a
mano”.
Otra pregunta fue “¿Qué pasa si
tiene que reescribir un largo fragmento?”. En ese caso, desecharía lo que está
escribiendo: a un texto le hace pocas correcciones, contrariamente a lo que
cualquiera puede imaginar. Sí agrega anotaciones a los márgenes o a pie de
página. Reveló que es más común en él agregar oraciones o palabras antes que
tachar algo que escribió. A lo sumo reescribe una frase, pero no la elimina.
Corregir es escribir, concluyó como respuesta.
Confesó que antes de sentarse a
escribir necesita tener todo muy bien pensado. Es menester haber previsto el
narrador, y la idea, es decir las historias que se va a relatar. En este
momento Kohan logra eliminar los parámetros de escritor que uno tiene
incorporados, abriendo un mundo de posibilidades. Contrario al escritor
aventurero y excéntrico que uno siempre imagina, reveló que no le gusta la
incertidumbre, la sorpresa, el titubeo; necesita tener todo calculado
previamente. No obstante, agregó que el texto también sigue una lógica que debe
ser seguida: no sólo él decide cómo continuar, el relato también tironea.
Hubo más preguntas, sobre todo
acerca de los libros leídos. Respondió dudas referidas a la forma de escritura
de Dos veces junio: tal como estaba
escrito en el libro estaba en el texto, ya que si, por ejemplo, lo que buscaba
al relatar la formación del equipo argentino era generar suspenso, y a la vez
un poco de agobio, él también debía sentir eso mismo. Los fragmentos de los
cuales está formado cada capítulo, consiguen crear, entre cada uno de ellos, un
silencio cargado de tensión, una pausa insoportable, como si se tratara de una
ópera. En cuanto a la numeración de los capítulos, expuso que se debía a la
frivolidad numérica que supone la tópica principal de la novela: calcular la
edad a partir de la cual se puede torturar a un niño.
En cuanto a Cuentas pendientes dijo que no es una novela acerca de lo que la
narración relata, sino que es acerca de lo que cuenta la narración. “Es puro narración,
puro punto de vista”. Está escrita en primera persona, pero parece en tercera. Empieza
con la frase “Tengo para mí…” convirtiendo todo lo posterior en puras
conjeturas. Aquello que parecían certezas debido a la narración en falsa
tercera, era pura suposición. Esa suposición es la imaginación del narrador, y
la plantea en la novela como algo terrible, algo no grato. Imaginar, que supone
algo lindo y positivo, se transforma en una tortura, un agobio.
Una compañera bahiense comentó que
había elegido leer Bahía Blanca, y
preguntó qué era lo que lo llevó a elegir dicha ciudad. Para dar respuesta
Kohan aclaró que nada de lo que dice sobre la ciudad del sur de Buenos Aires es
lo que él piensa, y volvió a decir algo que desencajó al alumnado, apartándose
otra vez de los parámetros y del
estereotipo del escritor: “Yo no
pienso nada de los lugares a los que voy. No soy curioso, carezco de esa
virtud” y agregó “yo como milanesas con puré donde esté”. Un escritor no
curioso es para mí algo inconcebible. Una vez hubo esclarecido esta cuestión,
contó que lo que lo llevó a elegir la ciudad de Bahía Blanca fue su fama de yeta. Define a su libro como una novela
mitológica, ya que la ciudad de la que trata está cargada de negatividad.
“Una
novela son constelaciones de ideas que se tocan entre sí”, sostuvo. Por
ejemplo, en Dos veces junio los
esquemas eran: la tortura del niño, contar una historia en una noche, que esa
noche pierda su único partido el equipo argentino del mundial del ’78, contar
ese mundial en clave de tristeza y no en clave de alegría… Por otro lado, en Bahía Blanca, las ideas que se
entrecruzan son la yeta y el olvido, sin mencionar que tanto el nombre de la
ciudad como el del puerto hacen referencia al blanco, como la frase “ponerse en blanco”, es decir, olvidar.
Siempre
que uno lee a un autor, sobre todo cuando lo hace en el ámbito escolar, lo
vuelve mítico, inaccesible, lejano en tiempo y espacio, inalcanzable. A partir
de esta experiencia, los alumnos pudimos humanizar a aquella persona que se
encuentra detrás de los textos que leemos. Al encontrarnos con Kohan y con Idez
no sólo pudimos convertirlos en seres de carne y hueso, sino que además tuvimos
la posibilidad de identificarnos con ellos en diversos aspectos, como la
timidez de Ariel, o la carencia de curiosidad de Martín.
Fue
muy distinto reírse de las aventuras del Enano Más Sexy del Mundo, que reírse con el autor de dichas aventuras. Fue
totalmente diferente (y mucho más difícil) tratar de desenmarañar las tácticas
y estrategias de narración que utilizó el autor de Dos veces junio, a que él nos las contara una por una, dándonos el
pie, incluso, a que creemos nuestros propios métodos de contar una historia.
Tuvimos
la oportunidad de vivenciar algo que nos desarticuló, sacándonos del lugar
cómodo en que estábamos. El hecho de que un escritor sea terrenal y esté a
nuestro alcance, nos obliga a no quedarnos sentados, evidencia nuestra
haraganería y nos exige movernos.