martes, 17 de septiembre de 2013

El mate.

Quiero citar algo que encontré haciendo averiguaciones sobre el mate. Las estaba haciendo para escribir algún post interesante acerca de distintos yuyos, prácticas, reflexiones. Pero cuando leí esto, me di cuenta de que todo lo que podía llegar a poner ya lo había resumido Lalo Mir y de una manera emocionante.

Con ustedes, un texto que me puso la piel de gallina (aunque no es tan difícil)


"El mate no es una bebida. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En este país nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse.
El mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es ‘hola’ y la segunda ‘¿unos mates?’. Esto pasa en todas las casas. En la de los ricos y en la de los pobres.
Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas, y pasa entre hombres serios o inmaduros. Pasa entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes mientras estudian o se drogan. Es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y radicales ceban mate sin preguntar. En verano y en invierno. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos; los buenos y los malos.
Cuando tenés un hijo, le empezás a dar mate cuando te pide. Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís un orgullo enorme cuando un esquenuncito de tu sangre empieza a chupar mate. Se te sale el corazón del cuerpo. Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de naranja, con yuyos, con un chorrito de limón.
Cuando conocés a alguien por primera vez, te tomás unos mates. La gente pregunta, cuando no hay confianza: ‘¿Dulce o amargo?’. El otro responde: ‘Como tomes vos’.
Los teclados de Argentina tienen las letras llenas de yerba.
La yerba es lo único que hay siempre, en todas las casas. Siempre. Con inflación, con hambre, con militares, con democracia, con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas. Y si un día no hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba no se le niega a nadie.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, circuncisión, universidad o vivir lejos de los padres. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates, solos. No es casualidad. No es porque sí. El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es que ha descubierto que tiene alma. O está muerto de miedo, o está muerto de amor, o algo: pero no es un día cualquiera. Ninguno de nosotros nos acordamos del día en que tomamos por primera vez un mate solo. Pero debe haber sido un día importante para cada uno. Por adentro hay revoluciones.
El sencillo mate es nada más y nada menos que una demostración de valores… Es la solidaridad de bancar esos mates lavados porque la charla es buena. La charla, no el mate. Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar, vos hablás mientras el otro toma, y es la sinceridad para decir: ¡Basta, cambiá la yerba!’ Es el compañerismo hecho momento, es la sensibilidad al agua hirviendo, es el cariño para preguntar, estúpidamente, ‘¿está caliente, no?’, es la modestia de quien ceba el mejor mate, es la generosidad de dar hasta el final, es la hospitalidad de la invitación, es la justicia de uno por uno, es la obligación de decir ‘gracias’, al menos una vez al día. Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir."

Lalo Mir.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Banda: Room Eleven

Acabo de descubrir esta banda, nueva para mí.
Se llama Room Eleven

Aparentemente, es una banda holandesa. Según la Wiki, se formó en 2004 y se separó en 2009, lo cual me puso triste, porque realmente me gusta mucho su música. La voz de la cantante, Janne Schra, es alucinante, ultra melodiosa. Y ni hablar de lo hermosa que es ella también.


Me encanta, de verdad.



Tienen un estilo muy particular: Jazz y blues se podría decir, pero no estoy de acuerdo con encasillarlos en eso porque no se encierran en las leyes de un género, sino que traspasan las fronteras.

Los integrantes son: ¡todos hermosos!



Janne Schra (Vocales)
Arriën Molema (Guitarra)
Tony Roe (Teclado)
Lucas Dols (Bajo)
Maarten Molema (Batería)




Según leí por ahí, los Molema se abrieron de la banda, y los otros tres integrantes siguieron juntos. Formaron otra banda, Schradinova. Todavía no escuché nada, así que no podría decir nada al respecto.  ¿Qué tal si me cuentan ustedes?



¿Cómo descubrí la banda? Estaba mirando qué podía comprarme online, cuando encontré una marca de carteras y zapatos muy originales (de paso recomiendo: Katakali http://www.katakali.com.ar/), cuando una canción irrumpió en mis parlantes sin pedir permiso. Y menos mal que no pidió. La canción me voló los sesos, tenía que saber de quién era, cómo se llamaba y demás. Busqué por Google, tomando parte de la canción, a ver si me saltaba la banda. Nada. Evidentemente mi oído no captaba bien las palabras. Estuve, fácil, veinte minutos estirando la oreja para agarrar pedazos de canción en inglés. Nada.
Tenía que saber el nombre de la banda, o iba a colapsar. Como buena (futura) periodista jajaja, seguí mi investigación: mandé un mail a la marca de carteras con el fin único de preguntarles sobre la canción. Nunca respondieron. Es más, creo que ni siquiera se mandó el mensaje.
De repente mi mente se iluminó. Más de una vez había escuchado hablar de una aplicación del teléfono que reconocía canciones. Todo tipo de canciones. Me bajé una, Shazam (http://www.shazam.com/), que tal como esperaba, me dijo la banda y de qué tema se trataba. Excelente. La aplicación me hizo realmente feliz.

Les dejo acá la canción que me enamoró: Some days


Dato de cholula: El video clip de Bitch, se filmó en Argentina: entre Capital, La plata y Mar del Plata. El tema es una reinterpretación de la canción que escribió Meredith Brooks, llamada del mismo modo. Claramente, todos la conocemos por la famosa escena de la película What Women Want, en la que Mel Gibson quiere pensar como una mujer, entonces se depila, se maquilla, etc.
Pongo por acá también el video así cholulean conmigo!
Fichen la imágen del video: ¿No parecen los carritos de la costanera?

Espero de todo corazón que escuchen la banda y que les guste tanto como a mí!

lunes, 9 de septiembre de 2013

Cuento: Haciendo propaganda

Haciendo propaganda
Los políticos están cada vez peor, esto fue el colmo.
Dormía plácidamente cuando sonó el despertador más temprano de lo normal. No tenía ganas de levantarme. Diez minutos más. Cerré los ojos dispuesto a dormir los maravillosos diez minutos que me quedaban, pero en cuestión de un segundo volvió a sonar la alarma. Busqué el teléfono debajo de la almohada, acostumbro a ponerlo ahí, pero esa vez no lo encontré. Se había caído al piso y estaba en el lugar más recóndito que pueda existir debajo de una cama. No me quedó otra que levantarme de la cama, tirarme al piso y agarrar el bendito celular para apagar la alarma.
Como me había levantado más temprano, decidí aprovechar ese tiempo para tomar un buen desayuno y hacer un poco de gimnasia, así levantaba el humor. Me duché, me cambié hice la mochila y, como todavía quedaba tiempo, elegí irme en bicicleta, pero antes me descargué un mapa con las bicisendas: le iba a dar una oportunidad al plan de movilidad sustentable. Apenas salí de casa me vi envuelto en el ruido habitual del tráfico de lunes por la mañana, pero preferí no hacerme malasangre por el alboroto: quería disfrutar de mi saludable viaje.
Me subí a la bici y me puse a pedalear. Tomé la bicisenda de Carlos Calvo, que era la más cercana a mi casa. Mientras esquivaba baches y pozos, trataba de no perderle atención a los contenedores en el medio del camino, las motos que usaban la ciclovía como autopista y a los autos que paraban con balizas como si fuera un área de detención.
Luego de una cuantas cuadras, y una vez que hube agarrado el ritmo de la ciudad, miré mi reloj para asegurarme de que las complicaciones que había sufrido no hubieran alterado mi horario de llegada. Tenía tiempo de sobra. Un segundo después, levanté la vista y antes de que me pudiera dar cuenta, pasé por encima de una bolsa de basura que, evidentemente, se había caído por la mala recolección de los residuos. Irónicamente, luego de cerciorarme de que todo estuviese bien, un vidrio me pinchó una goma.
Rápidamente me bajé de la bici y caminé hasta San Juan, la avenida más cercana, para buscar alguna biciletería donde pudiera arreglar la rueda averiada. Al llegar a la avenida, un local de empanadas me hizo recordar que por ahí vivía María, amiga del secundario. Por suerte, y qué buena casualidad, en la planta baja de su edificio había un taller de bicis ¡Una bien! Me encaminé para ese lado. Me dijeron que no pasaba nada, que era un arreglo fácil,  y que podían tenerla lista para esa misma tarde. Les pregunté qué me podía tomar hasta Alem y Corrientes. Me contó que a dos cuadras había un puesto de bicicletas del gobierno, en el cual me prestaban una bici por determinado tiempo. Podría haberme tomado un bondi, pero ya venía con inercia para hacer ejercicio. Le agradecí al señor y me fui corriendo.
En el local me hicieron llenar unos papeles, firmar acá y allá. Llamaron a casa de mis padres para aseverar que era yo y preguntarles algunos datos. Mientras esperaba la confirmación del muchacho de camiseta amarilla, me tome el atrevimiento de agarrar un caramelo del frasco que se encontraba en el mostrador. La envoltura también era amarilla y tenía un triángulo negro. A pesar del motivo del dulce, lo vi apetecible. El hambre me estaba matando, así que lo comí placenteramente. Tenía un gusto indescifrable, pero no estaba mal: un baile de sabores confluyó en mi boca. Al tiempo que recordaba que tenía que ir al trabajo, el muchacho me dio el ok, así que tomé la bicicleta que me correspondía y me fui. Salí del local al grito de “muchas gracias” y volví al ruedo.
Retomé Carlos Calvo hasta San José, donde tuve que desviarme porque estaban arreglando la calle. Era plena hora pico y, sin embargo, no me importó. De hecho, pensé en que la calles gastadas del centro se merecían una reforma para evitar choques e incluso la misma destrucción del automotor, ya que había demasiados baches en esta zona. Ni se me ocurrió pensar en los costos de dicho arreglo ni en el dinero empleado en los mismos, que, dicho sea de paso, podría haber sido destinado a la educación pública, a la salud, etc.
Continué muy cómodamente mi camino. Llegué a la 9 de Julio en un santiamén. Me dispuse a cruzarla ni bien abriera el semáforo, cuando un silbato ensordeció mis oídos: un muchacho uniformado con los mismos colores y motivos que el que me había atendido en el puesto de bicicletas me llamo la atención por haberme detenido sobre la senda peatonal. Desde que se inauguró el Metrobus, la principal avenida de la ciudad había sido copada por la guardia urbana. Pensé en lo bien que estaba que hubiera control en una avenida tan caótica, en lo ordenado y ágil que se había vuelto el tránsito en esta zona, y en el buen mantenimiento de las instalaciones. Claro, no me acordé del presupuesto de las obras, de que significaba la destrucción de un símbolo patrio, de que se habían talado muchísimos árboles para su construcción, ni en que se había pintado la principal avenida porteña de color amarillo, convirtiéndola en más propaganda política.
Seguí mi camino por Tacuarí, pedaleando rápido porque ya se me hacía un poco tarde y no sabía cuánto podían demorar los trámites para la devolución de la bicicleta. Al llegar a México me encuentro con otro desvío por arreglo. Qué suerte que la ciudad esté en proceso de renovación, pensé. Ni se me cruzo por la cabeza recapacitar acerca de que todas esas obras al mismo tiempo y tan desorganizadas podían ser resultado únicamente del mal planeamiento de las mismas, ni en la cantidad de dinero que habían costado, que, por supuesto, era absurdo. En mi cabeza todo era fácil y llano. Ignoraba los detalles que escondían estos trabajos. Resultaba muy cómodo pensar en lo linda que estaba quedando la ciudad. Continué en mi pequeña burbuja hasta llegar a Bouchard y Lavalle, donde hice los trámites correspondientes y dejé la bicicleta sin pagar un peso. Estaba contentísimo.
Una vez que hubo terminado mi jornada de trabajo, llamé a la bicicletería para preguntar si ya estaba arreglada la goma. Me dijeron que recién para las siete de la tarde iba a estar lista, así que decidí pasar a visitar a María, que vivía justo arriba del taller. Me tomé un bondi y fui a su casa. Cuando llegué me recibió con un rico bizcochuelo y unos mates. Nos pusimos al día: hablamos del trabajo, de los amigos, de cine, de política. Lo de siempre. La charla, como acostumbraba, era entretenidísima. En un momento, como se había acabado el agua caliente del mate, María se levantó para calentar un poquito más. Mientras estaba en la cocina, me dijo sobresaltada: “¿Te enteraste de la nueva propaganda del Gobierno? Hicieron unos caramelos que cambian tu opinión política. No sé bien cómo funcionan, pero me parecen totalmente antidemocráticos ¡Es una guachada!”. El recuerdo de esta mañana se me vino automáticamente al cerebro. No lo podría creer. No se puede confiar en nada amarillo y negro, ni siquiera en algo tan dulce como un caramelo. Le pedí que me abra inmediatamente la puerta: tenía que ir ya mismo a reclamar.
Fui al local de Virrey Ceballos y me atendió otro chico de remerita amarilla. Le pregunte cómo podía hacer para revertir urgentemente el efecto. Me dijo que me tenía que dirigir a la sede central, pero que atendía estos casos sólo el primer día hábil de la semana, de diez a quince horas. Le insistí: necesitaba una solución y no podía esperar hasta el lunes siguiente, no podía ser conformista durante siete largos días. Además, ¿quién sabe? Quizás quedan secuelas… o me quema neuronas ¡Capaz se vuelve permanente! No. Me tenía que deshacer del efecto ya.

El muchacho me dijo que él conocía un remedio casero, pero que tenía terminantemente prohibido decírselo a los clientes. Agregó que yo tenía cara “de buen pibe” e incluso insinuó algo como “favor con favor se paga”. No con esas palabras, claro, pero leyendo entre líneas cualquiera llega a la misma conclusión: tenía que soltar un Roca si quería curarme. Hurgué en mi billetera, pero ni hablar del falso prócer. Asomó un Sarmiento, algunos Rosas. Los junté hasta que llegué a los cien pesos. “Cuando llegues a tu casa, toma siete tragos de agua sin respirar, y listo”, me respondió. “¿Como el hipo?” “Exactamente”.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Crónica sobre el encuentro con Ariel Idez y Martín Kohan

Un nuevo modo de enseñar, una experiencia distinta
       Del vínculo virtual al encuentro concreto
entre escritores y lectores


En el pasado mes de junio, los alumnos de Ciencias de la Comunicación de la UBA tuvimos la posibilidad de interactuar con dos autores que habíamos leído durante la cursada: Ariel Idez y Martín Kohan.
Nuestra primera aproximación a Ariel Idez fue a través de la lectura de su novela La última de César Aira, publicada en 2012 por la editorial Pánico al pánico. Aquí, el autor crea una figura narrativa despreocupada e inescrupulosa, por lo cual uno tendería a imaginarlo con una personalidad semejante a la de su narrador. No obstante, cara a cara la impresión que nos dejó fue distinta: se mostró tímido, retraído, algo tenso y desconcertado al verse envuelto en la situación de estar frente a tamaño auditorio compuesto no solo por meros lectores sino por lectores críticos; seguramente habíamos hecho algún análisis sobre su primera novela.
Idez es un joven escritor, licenciado en Comunicación y docente de la UBA. Actualmente colabora en los suplementos culturales de Página 12 y de Perfil, participa en un programa radial y escribe en el blog “El Mate Tuerto” que comparte con su íntimo amigo y colega Matías Pailós. En la charla se mostró muy jovial, pero sus nervios dejaron entrever la inexperiencia propia de la juventud.
A medida que avanzaba la charla Ariel iba desinhibiéndose para dar lugar a que emerjan dejos de aquél narrador inescrupuloso que había creado para contar las travesías del Enano Más Sexy del Mundo.  Quizás este comienzo algo estructurado se debió a su decisión de iniciar la clase con la lectura de un texto previamente escrito. En él, el autor se propuso explicarnos cómo concibe la relación entre la Comunicación y la Literatura; para ello recurrió a su experiencia personal: su paso a través de nuestra carrera.
Nos contó cómo fue descubriendo su vocación: a medida que avanzaba con sus estudios iba despertándose en él el interés por la literatura. Durante la cursada de una de las primeras materias de la carrera, precisamente Taller de Expresión I, se produjo su primer acercamiento al mundo literario; fue un “camino de ida”. Cada libro que llegaba a sus manos lo impulsaba a leer otros y esos otros, otros más. Cada autor que leía dejaba en él una impresión diferente, pero sólo algunos, sus favoritos, lo marcaron a nivel personal y dejaron huellas en su prosa. Estas nuevas lecturas lo tentaron a querer encarnar el rol de escritor, y así fue como se animó a escribir sus primeras líneas. Define este proceso como un círculo virtuoso entre lectura, experiencia y escritura. Un claro ejemplo de esto es la mismísima novela que trabajamos, en la cual se refleja permanentemente la intertextualidad con la obra de César Aira, e incluso se puede ver un dejo aireano en los modos de estructuración sintáctica en su escritura.
Para ilustrar su idea sobre el vínculo literatura/comunicación, Idez sostiene que un comunicador está mejor preparado para enfrentar los obstáculos que presenta el mundo literario gracias a las aptitudes brindadas por el estudio en el campo comunicacional: por un lado la carrera le proporciona al estudiante un gran contenido de cultura general, y por el otro también le otorga distintos modos de análisis, diversas focalizaciones. Así es como Ariel explica que tantos literatos contemporáneos hayan surgido de la carrera que nos compete; ellos cuentan con una gran facilidad para comunicar aquello que desean expresar: la escritura es un acto comunicativo.
Una vez hubo acabado de leer el texto que había escrito especialmente para la ocasión, se dispuso a respondernos las preguntas que le planteásemos. La primera fue muy atinada: “¿Cómo se le ocurrió la novela?”. Esto disparó los pensamientos de todos, y una extrema curiosidad ya que en esa interrogación se resumían muchas de las dudas de todos. Para dar contestación, en primer término, describió su gran admiración por el autor que inspira la obra, y agregó que entendía que él no había sido el único estimulado por el autor, pero que no quería que su novela se convierta en otra novela aireana. Entonces, debía diferenciarse del resto de los, como él los llama, “imitadores de Aira”: su novela no sólo iba a tener el estilo del escritor, sino que además se iba a proclamar aireana, iba a asumir su condición de inspirada en el excéntrico autor.
Para continuar con el relato acerca de “cómo se le ocurrió”, refirió a una anécdota personal, en la que él y una amiga suya conversaban sobre “la última de Cesar Aira”, pero cada uno se refería a un libro diferente. Luego, y para cerrar la historia, dijo que siempre se habla de cómo distintos escritores fueron definiendo la historia, y cambiando el presente o el futuro. Esto lo llevó a pensar sobre la posibilidad que otorga la literatura de crear mundos. Entonces, si un escritor puede crear un universo, por qué no también, puede destruirlo. Así fue cómo surgió la idea de su novela.
En respuesta a otras preguntas Idez nos comenta cómo llegó a publicar La última de Cesar Aira, y nos dice que no fue nada fácil. De hecho desde que la terminó de escribir hasta que devino libro, pasaron varios años, de los cuales no sólo no reniega, sino que además está orgulloso.
Otra pregunta fue si se sentía identificado con algún personaje, sobre todo con el Enano Más Sexy del Mundo, a lo que el joven escritor contestó que no y sí a la vez: que él tiene algo de todos los personajes, o que todos tienen algo de él. Supongo que es algo parecido a lo que nos pasa a cada uno de los lectores con la literatura, en especial cuando leemos un libro que nos apasiona: podemos encontrar en todos los personajes un mínimo reflejo de nosotros mismos.
Ariel Idez se fue mostrando cada vez más suelto y extrovertido. De vez en cuando hacía un chiste, se reía, hacía acotaciones perspicaces y cargadas de humor. Se lo vio  muy despierto y acertado, tal cual uno se lo imaginaba al leer su novela. Su lucidez e ingeniosidad daban ganas de ir a algún lugar tranquilo y sentarse a escribir, para ser un poco como él. Él intentando ser como Aira, nosotros queriendo ser como él, y continuando, así, el círculo virtuoso de la literatura.

            Pasaron dos semanas y tuvimos la oportunidad de vivenciar una experiencia similar y a la vez antagónica: esta vez nos visitó el reconocido escritor Martín Kohan.
            Durante la cursada del primer cuatrimestre habíamos leído una novela a elección entre tres: Dos veces junio, Cuentas Pendientes y Bahía Blanca. Éste había sido nuestro primer paso para ir conociendo al autor. El segundo paso fue, para aquellos a quienes nos gustó lo que leímos, googlearlo. Investigamos un poco y descubrimos que, además de escritor de varias novelas, ensayos y libros de cuentos; es crítico literario y profesor de la UBA. Las expectativas se multiplicaron y la ansiedad llegó a niveles no imaginados.
            Efectivamente, el encuentro se produjo. Esta vez no teníamos una imagen mental de cómo podría ser el autor, ya que no podíamos jamás identificarlo con el narrador de Dos Veces Junio, la novela que habíamos leído. En ésta, el narrador es un médico aprendiz funcional a la Dictadura del ’76, frívolo y desalmado. Por esto, más allá de la genialidad que, suponíamos, tenía Martín, su perfil estaba abierto.
            Para dar comienzo a la charla, Kohan nos advirtió que no sólo nosotros teníamos altas expectativas acerca del encuentro: él también estaba lleno de miedos y suposiciones por ver concretado el vínculo escritor-lector, sin el libro como intermediario. Describió su tarea como solitaria, ya que escribe para un otro conjetural, que no está.
            A continuación, Martín convirtió la charla en una clase, lo cual resultó maravilloso. No sólo tuvimos la posibilidad de interactuar con un escritor de renombre, sino que, además, nos contó su “fórmula ganadora”. Su enseñanza se refirió a la narración y los modos de narrar, empezando con una introducción acerca de la tan bastardeada dicotomía forma/contenido en términos de “la narración” y “lo narrado”, respectivamente. Expuso que, si bien es una reducción, es necesario tenerla en cuenta y debe ser recuperada. Claro está que no son dos objetos, ya que no hay  nada del orden de lo narrado que exista independientemente del orden de la narración.
            La hipótesis que el escritor sostiene y sobre la cual hizo hincapié durante toda la charla es que la literatura es la pregunta por el “¿Cómo decir?”, más que por el “¿Qué decir?”. Sin embargo, explicó que existe una literatura de “lo narrado”: ésta hace de los libros una mera mercancía, alejándolos del arte. Se habla de la temática y se llega a transformar una buena historia en una historia que vende. Martín se opone a esta idea y afirma que una buena historia debe tener su pregunta fundante en el cómo. Contó, para ilustrar la parte capitalista del arte escrito, su experiencia en la Feria del Libro de Frankfurt. Comparó la situación que había vivido con la Bolsa de Valores de Tokio, y según sus palabras “era la expresión descarnada del comprar y vender historias”.
            Una vez hubo aclarado que lo más importante en literatura es la narración, nos explicó cómo narrar.  Es decir, nos dijo que nos preguntáramos por el cómo y nos dio una ecuación para la respuesta. Las decisiones sobre la narración son decisivas ya que van a determinar la forma del texto en su totalidad. Inventarlo es el primer paso de la historia, es la primera ficción. Encontrar el narrador de una historia significa darle un tono y una distancia: especificar la relación que va a haber entre la narración y lo narrado. Luego tradujo a qué se refería con estos términos. El tono expresa los matices del texto: ironía, afectividad, odio, preocupación... A la distancia, si bien no encontró las palabras precisas para definirla, la ilustró de modo muy acertado y entendible comparándola con “eso que hace un pintor”: se puede pegar a la tela para ver el detalle más minúsculo, o también puede dar dos pasos para atrás y así ganar perspectiva panorámica, visión de conjunto.
            Otra forma de establecer la relación entre el narrador y lo narrado es definir cuánto sabe este narrador. El narrador que se acostumbra a utilizar, sobre todo cuando es un narrador de tercera, es aquél que sabe más que el lector y de a poco va soltando la información que tiene. Por eso se lo llama omnisciente. Kohan nos planteó la posibilidad de crear un narrador que no sabe, donde el lector está un paso más adelante que el narrador.
            Cuando se construye un texto se crean distintos tipos de relaciones y distintos tipos de identificación posibles: existe una identificación entre el autor y el narrador, o entre este último y el lector, o incluso entre el lector y otro personaje. Sin embargo, así como se puede generar identificación, también se pueden construir opuestos, crear antagonismos.
            Como cierre de su exposición, concluyó que la vieja dicotomía forma/contenido estanca cuando es pura forma, o puro contenido. Lo ideal, que lleva a la construcción de buenas historias, es que el contenido importe solamente como emanación de la forma: lo narrado es constituido por la narración.
            Al terminar su discurso sobre qué entiende él por literatura, Kohan se dispuso a contestar pregunta. La primera duda que se le planteó se refirió a su forma de escribir. En primero lugar, hizo la distinción entre lo que entiende como texto y lo que entiende como libro, siendo el texto lo que es construye en el proceso de  escritura y el libro el texto que devino mercancía accesible para todo público. Contó que él escribe a mano, con una lapicera pluma que le regalaron sus padres cuando se doctoró, y en un cuaderno de doscientas hojas marca Rivadavia. Describió el placer físico que le provoca el acto de trazar letras en la hoja, por su textura, su olor, por la forma en que uno, toca, sujeta, abraza el texto cuando lo escribe. Agregó que ha intentado hacerlo en la computadora, pero fue un fracaso, ya que “el ritmo en que aparecen las palabras en mi mente se acompasan con el ritmo de escritura a mano”.
            Otra pregunta fue “¿Qué pasa si tiene que reescribir un largo fragmento?”. En ese caso, desecharía lo que está escribiendo: a un texto le hace pocas correcciones, contrariamente a lo que cualquiera puede imaginar. Sí agrega anotaciones a los márgenes o a pie de página. Reveló que es más común en él agregar oraciones o palabras antes que tachar algo que escribió. A lo sumo reescribe una frase, pero no la elimina. Corregir es escribir, concluyó como respuesta.
            Confesó que antes de sentarse a escribir necesita tener todo muy bien pensado. Es menester haber previsto el narrador, y la idea, es decir las historias que se va a relatar. En este momento Kohan logra eliminar los parámetros de  escritor que uno tiene incorporados, abriendo un mundo de posibilidades. Contrario al escritor aventurero y excéntrico que uno siempre imagina, reveló que no le gusta la incertidumbre, la sorpresa, el titubeo; necesita tener todo calculado previamente. No obstante, agregó que el texto también sigue una lógica que debe ser seguida: no sólo él decide cómo continuar, el relato también tironea.
            Hubo más preguntas, sobre todo acerca de los libros leídos. Respondió dudas referidas a la forma de escritura de Dos veces junio: tal como estaba escrito en el libro estaba en el texto, ya que si, por ejemplo, lo que buscaba al relatar la formación del equipo argentino era generar suspenso, y a la vez un poco de agobio, él también debía sentir eso mismo. Los fragmentos de los cuales está formado cada capítulo, consiguen crear, entre cada uno de ellos, un silencio cargado de tensión, una pausa insoportable, como si se tratara de una ópera. En cuanto a la numeración de los capítulos, expuso que se debía a la frivolidad numérica que supone la tópica principal de la novela: calcular la edad a partir de la cual se puede torturar a un niño.
            En cuanto a Cuentas pendientes dijo que no es una novela acerca de lo que la narración relata, sino que es acerca de lo que cuenta la narración. “Es puro narración, puro punto de vista”. Está escrita en primera persona, pero parece en tercera. Empieza con la frase “Tengo para mí…” convirtiendo todo lo posterior en puras conjeturas. Aquello que parecían certezas debido a la narración en falsa tercera, era pura suposición. Esa suposición es la imaginación del narrador, y la plantea en la novela como algo terrible, algo no grato. Imaginar, que supone algo lindo y positivo, se transforma en una tortura, un agobio.
            Una compañera bahiense comentó que había elegido leer Bahía Blanca, y preguntó qué era lo que lo llevó a elegir dicha ciudad. Para dar respuesta Kohan aclaró que nada de lo que dice sobre la ciudad del sur de Buenos Aires es lo que él piensa, y volvió a decir algo que desencajó al alumnado, apartándose otra vez de los parámetros  y del estereotipo del escritor: “Yo no pienso nada de los lugares a los que voy. No soy curioso, carezco de esa virtud” y agregó “yo como milanesas con puré donde esté”. Un escritor no curioso es para mí algo inconcebible. Una vez hubo esclarecido esta cuestión, contó que lo que lo llevó a elegir la ciudad de Bahía Blanca fue su fama de yeta. Define a su libro como una novela mitológica, ya que la ciudad de la que trata está cargada de negatividad.
“Una novela son constelaciones de ideas que se tocan entre sí”, sostuvo. Por ejemplo, en Dos veces junio los esquemas eran: la tortura del niño, contar una historia en una noche, que esa noche pierda su único partido el equipo argentino del mundial del ’78, contar ese mundial en clave de tristeza y no en clave de alegría… Por otro lado, en Bahía Blanca, las ideas que se entrecruzan son la yeta y el olvido, sin mencionar que tanto el nombre de la ciudad como el del puerto hacen referencia al blanco, como la frase “ponerse en blanco”, es decir, olvidar.

Siempre que uno lee a un autor, sobre todo cuando lo hace en el ámbito escolar, lo vuelve mítico, inaccesible, lejano en tiempo y espacio, inalcanzable. A partir de esta experiencia, los alumnos pudimos humanizar a aquella persona que se encuentra detrás de los textos que leemos. Al encontrarnos con Kohan y con Idez no sólo pudimos convertirlos en seres de carne y hueso, sino que además tuvimos la posibilidad de identificarnos con ellos en diversos aspectos, como la timidez de Ariel, o la carencia de curiosidad de Martín.
Fue muy distinto reírse de las aventuras del Enano Más Sexy del Mundo, que reírse con el autor de dichas aventuras. Fue totalmente diferente (y mucho más difícil) tratar de desenmarañar las tácticas y estrategias de narración que utilizó el autor de Dos veces junio, a que él nos las contara una por una, dándonos el pie, incluso, a que creemos nuestros propios métodos de contar una historia.


Tuvimos la oportunidad de vivenciar algo que nos desarticuló, sacándonos del lugar cómodo en que estábamos. El hecho de que un escritor sea terrenal y esté a nuestro alcance, nos obliga a no quedarnos sentados, evidencia nuestra haraganería y nos exige movernos. 

Cuento: Billetera mata galán

Voy en el auto por Puerto Madero con el estéreo a todo volumen. Más que “Pinball wizard” no escucho nada. Voy abstraída, en un planeta construido de música. Doblo para entrar al estacionamiento del casino. Callo la música, bajo el vidrio y siento que una voz proveniente de una máquina me dice: “retire su ticket”. Vuelvo a acelerar, las piedras crujen bajo las ruedas del auto. Estaciono, y el tronar del piso cesa. Camino hasta la puerta de entrada. Se escucha cada vez más fuerte el golpetear de las olas del Río de la Plata contra el casco del barco. Sin embargo, en mi cabeza siguen tocando los Who.
Al entrar al buque, me aturulla un murmullo tan alto que tapa la canción que traía desde el auto. “¿Qué carajo hago acá?”, repiquetea como un eco en mi cabeza. “Kchin Kchin”, suenan unas monedas entrando en una máquina. Una musiquita alegre y concisa me dice que alguien ganó algo en algún otro juego. Bancos que se corren por abuelas que se cambian de tragamonedas después de haber estado sentadas, seguramente, muchísimo tiempo en ellos. Escucho una fuerte risa que describe a un donjuan y un chinchinear de copas entre un hombre y una mujer cuyos tacos me habían atrapado antes. “¡Pucha, yo quiero unos así!” interrumpe mi pensamiento la escena romántica.


Más atrás en el salón, el aire está más callado, pero sigue habiendo un suave murmullo. Siento el decir clásico del croupier: “¡No va más!” que me genera la sensación de que alguien apretó mute en el control remoto de la vida. Parecería que cada persona en el casino estuviese expectante de ese rodar de ruleta. La bola golpea en cada casillero de la rueda, cada vez más lento, cada vez más pausado, hasta que no golpea más. Entonces se escucha a este personaje, protagonista del casino, decir “Colorado el 14”. El rastrillo que roza contra el paño, amontona las fichas perdedoras. La mudez del ambiente se multiplica. Un par de rodillas que golpean contra el piso y una copa que se rompe contra el bronce de la mesa, me recuerdan a aquel chinchinear romántico. El donjuan que hace un rato sentía tenerlo todo en aquellos tacos, ahora nos ensordece al desplomarse. Su carcajada es ahora una respiración entrecortada. El alarido agudo de una amante espantada atrae una multitud de pasos asustados, chismosos, que rodean la mesa de la ruleta. Yace en los brazos de la mujer de los tacos el hombre que hizo saltar la banca. Se oye el sollozo de su enamorada. Se siente su último estertor. Aturde el silencio de su corazón.

Relato

Querido hijo:
            Quiero que sepas que nos angustia, tanto a mí como a tu madre, saber que sufres del mismo pánico que yo cuando joven y que no te permite avanzar con tu vida y tus estudios. Es por eso, que he decidido escribirte para aplacar tus inquietudes y liberarte del desasosiego que te perturba. El terror a la hoja en blanco que amedrenta tus pensamientos es la corporización de algún miedo oculto a tomar decisiones que puedan afectar a tu futuro: la primera línea de un escrito condiciona al resultado como un entero. Pero, pichoncito, no te reprimas. No encarceles esas ganas y ese placer que siempre te generó la escritura. De los primeros tropiezos es de donde se aprende a caminar. Barthes goza de la misma forma al escribir, por no sucumbir al miedo que proyecta la inseguridad y de esta forma no aprisiona las gestaciones de sus ideas más precoces. Este hombre fue un artista, él mismo lo dijo. Describió su sensación al escribir, ese frenesí que le corrompía con solo trazar una secuencia de garabatos. Vos Gonza, también sos un artista, a vos también se te inundan las venas de un placer que te recorre entero al plasmar en una hoja lo que sentís. El mal más terrible de cualquier artista es no dejarse llevar. Pero no solo afecta al bien individual sino también al común ¿Qué hubiese sido si Da Vinci se huebiera reprimido? O incluso pensá en físicos cuyas hojas en algún momento estuvieron en blanco: Tesla, Newton, Einstein… La escritura, m’hijo, ha sido siempre crucial en la historia. Ya en tiempos prehistóricos se necesitaba para planificar las cosechas. No es moco de pavo. Tenés entre manos un gran poder, no lo eches a perder.
            Espero que mis palabras, aunque pocas, te sirvan para sobreponerte a tus miedos y como motor para completar el desarrollo de tus ideas.
            Esperamos pronto noticias tuyas.
            Te queremos mucho y te extrañamos.

                                                                                  Mamá y papá.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Fatal destino de una paloma

— Ayyyyyy!
— ¡Papá! ¿¡Qué fue eso!?
— A ver, Cami, fijate. ¿Ves algo para atrás? — dice la madre
— Una paloma, hay una paloma
— ¿¡La matamos!? ¡Atropellamos una paloma!
— Pero qué bruto que soy, por favor. ¿Cómo no la ví? Tengo que estar más atento, ¡no puede ser! Pobre paloma
— Dios mío, José, pobre paloma...
— ¡Papá! ¡Matamos a la paloma! Qué basura. Pero ¿Qué pasó? ¡No puede ser! ¿Por qué no le tocaste bocina, así se corría?
— No sé, che. La velocidad era considerable como para que se diera cuenta de que me estoy acercando, pero tampoco iba tan rápido como para que no me viera venir. No entiendo.
— Es verdad, qué boluda la paloma.
— Sí, están cada vez más atrevidas. El otro día, en la plaza, con Cami, casi tuvimos que patear a una para que se corra ¿Te acordás? Están demasiado acostumbradas a la gente. No son bichos de ciudad, no tendrían que estar acá, no es su hábitat natural.
— ¡Ay, mamá! La ciudad no es el hábitat natural de ningún animal.
— ¿Todo es motivo de discusión para con tu madre, che?
— Dejá, José, ya estoy acostumbrada. — calla por unos segundos — Igual me parece que estaba renga, ¿no? Quizás por eso no se movió
— ¡Claro! Seguro que tenía algún problema. No puede ser que no se haya movido. Siempre se mueven. Aunque sea a último momento se mueven. Se dice que son tontas, pero el instinto de supervivencia es el instinto de supervivencia.
— Ma, yo la ví, no tenía una patita. Bah, tenía un muñoncito.
— ¡Pobrecita! Vos seguro que sabés. ¿Qué se hace si a una paloma le falta una pata? ¿Cómo se la cura? ¿Hay que quemar el muñón o sana solo?
— Y... No... Solo no sana. Sí, seguramente habrá que esterilizar la herida y coserla, o algo por el estilo. Pero ¿quién se va a preocupar por hacerle eso a una paloma?
— ¡Ay che Dió'! Seguro que tenía todo infectado. Qué dolor...
— Debe haber estado sufriendo un montón.
— Bueno, Pa. Menos mal que la atropellaste. Pasó a una mejor vida. Le hiciste una eutanasia y se le acabó el malestar. La Paloma ya no sufre más. Ya no hay dolor, y todo gracias a vos.
— Tenés razón, Cami. Menos mal que la pudimos ayudar.

Cuento: Por una duda

Consigna: Cambiar narrador y o punto de vista de alguno de los siguientes cuentos: “El vecino”. Incluya en el relato una descripción extrañada.



Mi negocio avanza a pasos agigantados, se encuentra en una curva ascendente. Hace menos de un año, no contaba con más que un teléfono y una agenda. Lo manejaba todo desde la casa de mis padres, mientras terminaba la carrera. No siempre fui independiente: estuve más de un año trabajando para una gran empresa donde pude aprender sobre el negocio, pero sobre todo pude obtener una gran cantidad de contactos. Generé grandes relaciones con clientes de mucha importancia. Cuando me abrí, una parte significativa de ellos decidió irse conmigo, a mi emprendimiento.
Después de año nuevo decidí alquilar mi propia oficina. Era mucho más que a lo que cualquier joven de mi edad podría aspirar. Con sólo 24 años me pude dar el lujo de mantenerme a mí mismo, y, además, mantener mi despacho. Tiene sala y antesala, más una cocina amplísima. Hasta pude contratar a alguien para que la decore. Sillones, escritorio, biblioteca, incluso plantas. Cualquiera envidiaría mi dicha.
            El departamento de al lado también está ocupado. Desconozco qué ocurre allí adentro. Sólo sé, por lo que cuenta el portero, que el dueño es un tal Gutiérrez. El tipo siempre anda bien vestido: de traje hecho a medida, entallado, de tonos azules o negros, rayados o lisos. Por supuesto, con corbata y camisa acorde al traje que viste, y nunca le falta una especie de adorno para corbata. Tiene más de uno, todos dorados pero en muchos motivos, alargados y en perfecta armonía con la vestimenta. No entiendo bien el fin último del instrumento, no logro comprender si es útil u ornamental. Me parece que sirve como una hebilla para atajar la corbata puesto que la muerde manteniéndola firme en su lugar. En fin, a ciencia cierta, solo sé su apellido.
Una de esas tardes de ocio, en las que me siento a beber whisky y ahondar en mis pensamientos, me di cuenta de que el portero quizás, y solo quizás, me dijo lo que yo quería escuchar. Tal vez, acaso, no me dijo todo lo que sabía acerca de mi incierto vecino. Existe la posibilidad, a lo mejor, que, tomando partido por mi compañero de piso, dada su antigüedad en el edificio, haya decidido contarme su verdad acerca de él, ya que nuestros negocios son similares y, de esa forma, podría darle una ventaja a quien, quién sabe, fuera su amigo o compañero de pequeñas pero informales charlas, de esas que se tienen en el ascensor o en encuentros en la puerta de calle, que generalmente suelen tener como protagonistas a los partidos más polémicos del último domingo, y, es más, hasta podrían ser del mismo equipo.
Ante mi revelación, el interés por mi rival había incrementado. Ya no estaba distraído y tenía que recuperar la ventaja que había perdido por culpa del portero. Por eso, comencé a prestar más atención y a afinar mis sentidos en todo momento. Descubrí que las paredes eran lo suficientemente delgadas como para escuchar las conversaciones del departamento contiguo, y viceversa. Escuchaba todos los negocios que tramaba mi competencia con la nitidez necesaria como para anotar cada detalle. Bastaba un par de minutos de conversación para lograr descubrir quiénes eran sus clientes.
Emocionado por mi descubrimiento, cual si hubiese encontrado oro bajo el parquet de mi oficina, corrí a mi despacho para adelantármele y cerrar los tratos primero. De esa forma podría ponerme a la cabeza y llevar la ventaja. Estaba por marcar el primer número de teléfono, cuando un segundo de lucidez atravesó mi cabeza y pude entender lo que estaba pasando. Mi vecino llevaba más tiempo en el edificio que yo, y por lo tanto ya sabía que las paredes eran como coladores de palabras. Además, tenía suficiente tiempo en el negocio como para aprender que, mientras menos gente supiese sobre un posible trato, sería más seguro cerrarlo. Entonces, ¿por qué habría de hablar tan fuerte, dejando que yo me entere de sus fructíferos acuerdos con distintos clientes y dándome la posibilidad de ganárselos de mano, sin una pizca de precaución o mesura en su hablar…? Claramente, si yo busco que otra persona haga algo por mí, no se lo ordenaría: le haría creer que eso que yo quiero es idea suya, que es lo que él quiere para sí. De esa forma tendría más convicción al hacerlo.

Estaba jugando su juego. ¿Cuál sería su próximo movimiento? Podría estar pensando en cambiarme el diario, y así yo me base en información errónea al llevar a cabo mis inversiones en el mercado. O, tal vez, podría estar tramando algo más simple, más fácil, más rápido. Quizás, en su mente, solo subyacía la idea de eliminar a la competencia de la manera más eficaz: un sicario lo resolvería todo.




Con la colaboración de +Gonzalo Herrera 

¿Desgraciada? ¿Yo?

Hola, mi nombre es Lucero Belén Argañaraz. No, así no. Soy Lucero, tengo 20 años… No, no. Tampoco. Para empezar a presentarme, lo primero que hay que saber, es que no me gusta hablar de mí. Lo segundo, es que soy una persona que hace lo que debe, y esto lo tengo que hacer. Además, según mi mamá soy tramposa, aunque yo lo llamo pensamiento lateral: por ejemplo, en este trabajo no debo usar ciertas palabras, pero yo me siento tentadísima de usar sus sinónimos: aprender, hogar, fantasear. Mejor que lo aclare, ¿no? Mirá si termino no aprobando por eso.
Siempre me mando alguna viveza criolla que termina saliendo mal: El lunes pasado estaba caminando por Corrientes yendo a una entrevista de trabajo. Estaba re pituca. Como siempre, las veredas desbordaban ¡No se podía caminar! Entonces me mandé por atrás del kiosco de revistas. Claro, no salió bien: me tropecé con una bolsa de basura enorme y me fui de cara al piso. Resultó ser que eran los desechos del restaurante de la esquina, por lo que mi ropa, gracias a mi avivada, se ganó manchas de tuco, de pollo, de vino, de asado... Las medias corridas, despeinada, sucia. ¡Una vergüenza! Sin embargo, ya lo dije, hago lo que tengo que hacer, así que fui igual a mi entrevista.
Cuando llegué me encontré con que, para colmo, no había luz… ¡y la oficina quedaba en el undécimo piso! Tomé una gran bocanada de aire, pero sin abrir mucho la boca. No la suelo abrir mucho porque una vez, cuando era un bebé no tan bebé, estaba en el patio con mi perra, y una abeja me entró en la boca, me picó la lengua y se fue volando. Por eso no creo en lo que dicen respecto de que la abeja se muere al picar… En fin, respiré hondo y emprendí la subida. Ya en el 11D, toqué timbre y me atendió una chica pecosa, muy hermosa. Soy de las que piensan que una cara sin pecas es como un cielo sin estrellas. Amable, la muchacha me invitó a tomar asiento. Fue extraño que ni se fijara en mi aspecto, como si nada me hubiese pasado. Esperé un minuto. Desde la oficina de la derecha se escuchó a un hombre de voz aguda diciendo “Helena, hacela pasar”. Cuando entré, le pasé la mano para saludarlo. Me miró inquisidor,  no preguntó nada y me saludó. Estuve casi dos horas hablando con él, pero no tocó el tema de mi apariencia, a pesar de que olía a reunión de amigos un sábado por la tarde, con mucha comida y alcohol. Bla, bla, bla, “Nos vamos a comunicar con vos. Hasta luego”. Me dí vuelta, abrió la puerta, le sonreí. Me sorprendió con un último comentario: “Cuando llegues, ¡poné todo en el lavarropas!”.

Al trabajo lo conseguí, ¡por un pelito! Pero ahora trato de tener más cuidado con mis trucos.

Cuento: Vueltas de Perro


Hoy es el día. Hoy hablo con mi jefe, ya no hay excusas. Hace siete años que trabajo en la empresa, siempre en el mismo puesto. Hago todo lo que me dicen, como me dicen y cuando me dicen. No pongo peros. Llego temprano y soy la última en retirarme.  Me parece que ya es hora de una promoción, o aunque sea un aumento: quiero mejorar mi situación actual. Sí, es verdad, soy tímida, pero cada vez que tuve que interceder por otro, lo hice sin problemas, así que no puede ser tan grave. Ni bien llegue Quaranta, le planteo el asunto.
Antes de que llegue me debería arreglar, tengo que estar impecable. Aunque sea un poquito de perfume, retoques de maquillaje. Mejor voy al baño… Bueno, ya está. Me calzo los tacos, levanto la cabeza, entro y listo, voilá. Quién sabe, el mes que viene estoy ocupando el lugar de Josefina. Además, ella no se merece el puesto, yo soy la que hace todo el trabajo, y Quaranta está bien enterado de eso.
Ya decidida, salgo del baño y acometo hacia el despacho de mi jefe. Camino altanera, soberbia incluso. Un paso, otro paso, otro paso, y de repente me voy de cola al piso. Se me había roto el taco. Sí, el taco que me acababa de poner exclusivamente para verlo. ¡Pero! ¡No puede ser, son nuevos! Qué papelón, todo el mundo me está mirando… Qué caballero es Basso. Siempre tan atento, y bueno mozo. Bueno, tan mal no me vino al caída, eh. ¿Lo invito a tomar un café?, ¿será apropiado? Este hombre me lee el pensamiento, ¡claro que quiero! Con calma, Catalina, respondé tranquila, no pasa nada: es un cafecito, una copita a lo sumo.
Qué linda que estuvo la salida, es encantador Basso, me encanta. ¡Ay! ¡Al final no pedí el aumento! Bueno, mañana sin falta. Espero que esta vez no se me cruce Basso, porque Basso… su voz… ¡Qué tonta! ¿¡Cómo le voy a responder eso!? Debe pensar que soy una mojigata. Basta, no tengo que pensar en él a la noche, porque hace que me cueste horrores dormir. Pero, ¿cómo hago? Es divino. Esa sonrisa sugestiva, seductora. Basta. ¡Me duermo!
Sí. Hoy es el día. Esta duchita me relaja, me calma la ansiedad. ¿Por qué habría de estar nerviosa? Me lo merezco, es así. Además, hasta Basso se dio cuenta. Encima, digamos, no sólo hago lo que me dicen que haga, también soy creativa, siempre tengo ideas nuevas, propuestas imaginativas, trato de innovar y modernizar mis tareas. No tengo hijos, ni pareja, mi vida gira alrededor del trabajo. Y de Basso, que es perfecto… no, no. No tengo actividades extralaborales, no se me puede decir que “no estoy lo suficientemente centrada”. ¡Qué guacho! ¡Machista! Claro que no quiere mujeres en puestos más altos, mirá si se embarazan y tienen hijos: su enfoque ya no sería el trabajo, sino su familia. ¡Cualquiera! Igualmente, yo no quiero familia. Vivo por y para mi trabajo. ¡Soy la mujer ideal para la empresa! ¡Y lo sabe, Quaranta lo sabe!
Subo y se lo pido. No, mejor entro, dejo las cosas, y ahí le planteo el asunto. Tiene que ser ahora, estoy perfecta. Llegué. Ahora sí, andá directo al escritorio, nada de Bassos. Por favor, Catalina, no te distraigas. Hoy no hay excusas ni tacos rotos. Ahí está la puta de Josefina. Llegó antes, más temprano que nunca, qué raro. Más temprano que yo, ¡inconcebible! ¿Habrá pasado algo?
¿Qué es todo esto? ¿Que si no me enteré qué cosa? Uy, Dios mío. ¿Todo esto tengo que hacer yo sola? Sí, claro. Me diste “mi parte”. Qué casualidad que lo mío sea el doble de lo tuyo… ¡Qué casualidad que no me haya enterado antes, siendo que eras vos la que me tenía que avisar! Ahora, obvio, estoy atrasada. Por tu culpa. Y por tu culpa, claramente, no puedo ir a pedirle a Quaranta el ascenso. Al final, ¿qué quiero?, ¿un ascenso o un aumento?¡Un ascenso, ya fue! De última, empiezo por ahí, y si no me lo puede dar le pido más plata. La excusa del “incentivo” es clave, la usa todo el mundo, pero es letal. No te pueden decir que no a eso. Ni bien termine de hacer esto, así como esté, presentable o no, voy.
Treinta años tardé en terminar todo lo que me dio para hacer esta guacha, pero ya está, ya lo hice, ya puedo ir a hablar con Quaranta. ¡Al fin! ¿Qué me voy a regalar con mi nuevo sueldo? Un vestidito lindo para la próxima salida con Basso. ¡Ah! Y unos buenos zapatos, bien altos. En definitiva se me acaba de romper un par. ¿Toco o no toco?, ¿pregunto o paso directamente? Paso, directamente…
        Señor, permiso, lo molesto un segundito…
        ¡Ah! Catalina, con vos quería hablar. – ¿Me va a promover sin que se lo pida? ¡Sí, no puedo creerlo! ¡Viste, Catalina, que te lo merecías! Qué manera igual, eh. Siempre tan apático. Nunca muestra una emoción este tipo. – Tengo que comunicarte que la empresa está reduciendo personal. Lamentablemente, en los últimos días te vi un poco distraída, así que te voy a tener que pedir la carta de renuncia. Si necesitas alguna referencia, no dudes en acudir a la empresa. Yo mismo te voy a recomendar. Muchas gracias por tus servicios.

Cuento: El Mal

Este cuento lo escribí para la facu. La consigna consistía en continuar el cuento escrito por César Aira, titulado "El carrito". Dejo el link por si alguien lo quiere leer.
La consgina que dio el profesor para el siguiente trabajo fue "reescriba un cuento". Para explicarse, ejemplificó lo que había que hacer con mi cuento. Así que, aparentemente, se puede tomar mi cuento como la continuación de "El carrito" o como su reescritura. 

El Mal

Esa noche, y las demás noches, no pude dormir. Me sentía incómodo, totalmente excedido por la información que había recibido en el supermercado. Traté de mirar la televisión, pero no prestaba atención. Traté de leer un libro, literatura barata, de modo que fuese fácil entender el hilo de las palabras; no hubo caso. No paraban de girar en mi cabeza las palabras pronunciadas, incluso masculladas, por aquél carrito. Él era el Mal. Su revelación me tenía intranquilo, perturbado: no me alarmaba el hecho de que efectivamente existiese algo que sea puramente malo, neta maldad, me molestaba el hecho de haberlo encontrado yo. Esto, si era yo el que lo había encontrado, y no él a mí. ¿Qué significaba que él era el Mal? ¿Qué es el Mal? Bueno, es un carrito de supermercado, pero ¿qué implicaba ser el Mal?

Tuve un debate filosófico durante toda la noche acerca del significado de maldad y bondad. Las únicas explicaciones que encontraba para la cuestión eran personificaciones, o argumentos que pasaban a lo metafísico. La bondad era mi mamá, pero también podía ser una idea abstracta formulada por nosotros, los humanos, en algún momento de nuestra historia, para tener algo a lo cual asemejarnos, un ejemplo perfecto. El Bien como patrón de vida. También era Dios, que es misericordioso, justo e igualitario, aunque esto último sea discutible. Y a partir de estas definiciones, deduje el significado del Mal: era mi maestra de tercer grado (nunca conocí a alguien tan perverso y malicioso como ella), o era aquello de lo que nos teníamos que alejar, era el modelo de lo que no debíamos ser. O era Satanás, claro.

A eso de las cinco de la madrugada de esa misma noche, que más que noche se había vuelto un calvario, la desgracia me tocó la puerta. Lo peor que me podría haber pasado me pasó. Esto era peor que haber descubierto el Mal en el súper. Me surgió la pregunta que me llevaría a la locura: si el carrito era lo que decía ser, que por cierto de seguro lo era ¿por qué me lo habría dicho? ¿Por qué me lo dijo? ¿Por qué a mí y no a otro? ¿Por qué no permanecer anónimo, como lo había hecho desde el principio de la humanidad? ¿O ya se lo habría dicho a otros? No creo, yo era el único que notaba lo extraño de aquél chango, su particularidad. Entonces, ¿por qué me eligió a mí?

Las respuestas surgían de a cascadas, o no surgía nada. A eso de las 10 de la mañana del día siguiente, pude generar una respuesta clara: me había elegido a mí porque era yo su antítesis. Yo era aquél con el cual él lucharía, con quien se opondría. Yo, y nadie más que yo, era el Bien. Era yo el ejemplo para todas las personas del mundo. Era yo el elegido. Era yo patrón y modelo. Yo era Dios. A partir de descubrir mi alma llena de bondad, salí al mundo a poner en práctica eso que se le llama  hacer el bien. Fue entonces cuando mi mundo se vino abajo. ¿Por qué habría el Mal de hacerse conocer, si eso me haría dar cuenta de mi condición de lo bueno? ¿No demuestra eso un sesgo de bondad en la maldad? Sí, y no podía ser. Lo malo es puramente malo: no puede ser un buen competidor, ni ser moralmente correcto. Entonces, ¿por qué yo? Yo era su secuaz. Yo soy el Mal.







Cálida bienvenida al mundo de los Blogs, para mí.

Primera entrada, ¡qué presión!
Me tomo un mate para bajar los nervios.
Siento como me siento cuando voy a rendir un exámen
BASTA

Antes de decidirme a hacer un blog investigué acerca de blogs, leí distintos blogs, hasta recorrí blogs sobre blogs.

Lo que aprendí:
  1. No hagas un blog si no sabés mucho de algo
  2. Si querés éxito rápido tenés que tener Google +
  3. El diseño de tu blog tiene que ser supercool y original
  4. Tenés que tener tiempo de sobra para dedicarle
  5. Avisá de qué vas a hablar.
Bueno, bueno, bueno. 
No estoy de acuerdo, y probablemente por eso no voy a tener éxito.

  1.       No sé mucho de algo, no sé de todo un poco, no sé siquiera un poquito de algo. Perosé una cosa: sé lo que me gusta. Creo que todos tenemos algo para decir. Quizás otro comparte un gusto, una preferencia. Quizás alguien comparte una opinión conmigo, o quizás se pueda discutir. Además, ¿Qué es saber mucho sobre algo? ¿Quién decide cuándo se sabe mucho, y cuándo no? ¿Qué pasa si sólo sé una cosa, pero resulta que mucha gente no sabe eso que yo sé? ¿No debería compartirlo?
  2.       Quise hacerme un Google+, de hecho lo hice. Agregué a este y a aquél. Gente que habré visto una vez en mi vida, ahora está en "mi círculo". Qué cool. Tengo MI círculo. Muy astuto el nombre que eligió el team google. Agregué una foto de perfil, una portada, otra foto, puse un comentario y visité a la gente de "mi círculo". Resulta que la mitad de las personas, no sólo no tienen nada publicado, sino que ni siquiera tienen foto de perfil. Ok, jamás entraron a este lugar. Entonces llegué a la conclusión de que, si esta gente no entra siquiera a Google+, las chances de que entre a mi perfil, vea que tengo un blog, lo lea y me ponga un +1 es de una en un millón.  En fin. Voy a seguir esperando que ese pulgar para arriba llegue, en términos de google.

    Mi otra conclusión es que no sólo tenés que tener Google+, sino que tenés que tener un gran círculo, y de gente activa, cosa que no tengo.
  3.  No soy supercool y original. Quiero que la persona que lea lo que digo piense eso, claro, lo cual me hace menos supercool y original todavía. Así que me voy a resignar, está decidido. La respuesta para lograr destacar: no la tengo.Pero tengo un consejo (que acabo de inventar para mí): Sé tú misma. No, mentira. No es ese, pero se le acerca. Consiste más o menos en hacer lo que se te cante sin seguir reglas ni recetas mágicas. Cuando yo era chiquita solía hacer "EXPERIMENTOS". Cada vez que mi angelical boca pronunciaba las diabólicas palabras "mamá, ¿puedo hacer un EXPERIMENTO?" la casa temblaba. "Hacer un experimento" consistía en agarrar absolutamente todo lo encontrara en la cocina, sobre todo harina, y hacer una masa. La cortaba, hacía formas y metía el experimento al horno. He hecho muchas cosas, le ponía vinagre, aceite, pimienta, azúcar, ají molido, nuez moscada, básicamente lo que encontrara a mano. Una vez hasta le puse shampoo y acondicionador. Claramente, la mayor parte de las veces el resultado era repulsivo. Pero una vez logré cocinar algo comible. La moraleja, búsquenla por ustedes mismos. Pero mi consejo es que hagan experimentos, es divertidísimo.
  4. Tiempo no tengo, o sí, pero no lo sé administrar. Al final siempre termino haciendo las cosas a último momento. Igual, no importa si tengo o no tengo tiempo, el tema es: Se supone que esto se hace por placer, por diversión, porque te gusta. Si te gusta, le vas a dar tiempo. Yo sostengo que hay tiempo para hacer lo que quieras, el tema es qué estás dispuesto a sacrificar para hacerlo. (ojo, tampoco sacrifiquemos las horas de sueño o la comida, o el ejercicio, que son muy importantes)
    En fin, le voy a dedicar el tiempo que le quiera dedicar. Se supone que le quiero dedicar tiempo, no? O sea, ese punto está totalmente de más.
  5. Que avise de qué voy a hablar es difícil, aunque de cierta forma intenté hacerlo con el título: el contenido de este blog es un POPURRÍ de porquerías. Todo aquello inservible que alguien pueda decir, lo voy a decir. Voy a decir tanta basura que me van a querer reciclar para que no contamine el ambiente. Pero lo que para vos es basura, a otro le puede servir, o interesar, o lo puede usar para adornar su cerebro y que sea "rústico". Así que ahí tenés: dieta, libros, cremas, ejercicios, maquillaje, la facultad, política, otros blogs, series, películas, cuentos míos, compras online, recetas, mate, ropa y muchas boludeces más, de las que todos sabemos algo, pero que siempre se puede saber un poco más.