jueves, 31 de octubre de 2013

Contrarreloj

Hay personas que dejan todo para último momento, y yo no solo soy de esas, sino que además soy una integrante importante del grupo de irresponsables. En realidad, no sé si está bien llamarnos irresponsables, porque al fin y al cabo siempre terminamos cumpliendo con lo acordado: salimos de casa diez minutos tarde, pero en el trayecto hacemos todo a las corridas, de modo de poder llegar exactamente a la hora pactada. Ni diez minutos más, ni diez minutos menos. Siempre igual: me armo un cronograma especificando de pe a pa qué tengo que hacer en cada instante de modo que el tiempo me alcance en la medida precisa. Pongo la alarma a las seis, duermo diez minutos más, me levanto, me baño en quince minutos, me cambio en quince minutos, desayuno en diez minutos, me maquillo en otros diez minutos y voilà, a las siete estoy saliendo. Sin embargo, la maniobra nunca es ejecutada como se planeó. En el desayuno me cuelgo leyendo una revista o mirando el noticiero; o en vez de levantarme e ir a bañarme, voy a la computadora, entro a revisar mis mails, o Facebook, y termino en algún blog leyendo pavadas, y así es como termino maquillándome rapidísimo, desayunando en el bondi, y corriendo de acá para allá.
Exactamente lo mismo me pasa a la hora de estudiar. Me armo una agenda: calculo la cantidad de días que tengo hasta el examen, el tiempo libre y aquellos textos que deba leer. Que patatín que patatán, tal día estudio tal, tal otro tal, y llegaría al parcial con todo leído, todo estudiado y todo repasado. Promedio diez. Sin embargo, como bien indica el condicional, así sucedería si efectivamente siguiera los pasos que formulé en mi receta para el éxito, cosa que, como han de imaginar, no sucede jamás, ni por más esfuerzo que haga. A la hora de sentarme a leer, pienso en “lo hago mañana”. O quizás me siento, y leo… quince minutos, no vaya a ser que a uno le agarre una embolia por demasiado aprendizaje. En fin, acabo estudiando todo el último día. Eternamente el mismo problema. Y he aquí el quid de la cuestión: comprobé que me resulta imposible estudiar todo en un día. No por una cuestión de cantidad de cosas para estudiar; es porque soy altamente dispersa y no puedo hacer lo mismo por más de veinte minutos. No, no es un chiste, y sí, deberían asustarse.
Hace dos viernes me comprometí a hacer un día entero de lectura, y no cualquier lectura: Ulises, de James Joyce. Luego, escribir un ensayo sobre la experiencia y entregarlo el viernes. La lectura la hice el último día posible: el miércoles, y hoy, jueves, dejé pasar el día entero para escribir el trabajo. Ayer, para cumplir con lo prometido, me puse la alarma a las seis. Como era de esperarse, no me pude levantar a esa hora, y pospuse la alarma hasta las siete de la mañana. Decidí en ese momento apagar mi celular para que nada me distrajera de mi objetivo. Considerando que me había despertado más tarde de lo previsto, decidí empezar la lectura directamente, y desayunar mientras lo hacía. Leía, untaba mi tostada, bebía un sorbo de café, todo a la vez. Para cuando terminé la leche, me di cuenta de que no había entendido nada de las cuatro páginas leídas, así que volví a empezar. Llegué al punto a donde había llegado antes. No fue mucho más lo que entendí, pero seguro un poco más que la primera vez. Sin embargo decidí seguir, tal vez las cosas se aclararían más adelante.
Continué mi lectura durante unos diez minutos. Por mi mente pasaban un montón de cosas, pero poca atención le dedicaba al libro. Me surgió la idea de ir a leer al sol. Fui al fondo, agarre la reposera y una mesita y me senté. Leí un ratito. “¿Qué tal si me pongo un short?” Fui a mi pieza me cambié. Leí media hora. “Me voy a quemar demasiado”. Me puse protector solar. Leí una hora más, pero mientras tanto pensaba: “Bueno, todo muy lindo, pero después ¿sobre qué hago el ensayo? En lo que leímos detallaba aquello que veía en la tele, pero Pablo pidió que el trabajo fuese más ensayístico que descriptivo, y qué puedo decir yo sobre El Ulises que vaya en contra de aquello que se piensa. O qué puedo rescatar de esta experiencia”. También pensaba en mi castigo y en el trabajo final, porque si se me hacía tan complicado idear un ensayo que no tenía que ser necesariamente sobre Joyce, cuán difícil me iba y me va a resultar cumplir con mi pena. En fin, las horas pasaban y mi poder de concentración era nulo.
Cuando por fin lograba concentrarme y no pensar en otra cosa que en “Esteban Dedalus”, como lo llama mi traducción, y en “Leopoldo Bloom”, se acercaba Graciela y me pedía que llamara a mi mamá porque necesitaba preguntarle algo, Ubaldo me pedía que le ataje la escalera porque tenía que bajar la ropa de verano, o mi papá venía angustiado a contarme algún lío en Formosa. Llegó la hora del almuerzo y no quise dejar mi lectura. Almorcé en mi reposera... como pude. Mientras tanto, seguía leyendo a Joyce. O haciendo que leía. Quiero aclarar que realmente tenía la intención de dedicarle el cien por ciento de mi atención. Yo acariciaba con los ojos cada letra y sin embargo no podía llegar a la palabra.
Se hicieron las dos y media, tres de la tarde. De repente me di cuenta de que mis piernas estaban rojas como un tomate, y que factor de protección solar cinco no es suficiente para tantas horas de exposición al Astro. Decidí levantar campamento. Por cierto, ya me había traído lentes oscuros, una gorra, agua, mate, Off. Entre tanto tocó el timbre la chica de Natura, me trajo las cosas nuevas y me dijo si podía mirar la revista en ese momento, porque no me la podía dejar. Le tuve que decir que me disculpe, que no podía porque estaba estudiando. Se terminó yendo molesta porque se acababa de perder una venta. 
A las cuatro llegó mi mamá, y como siempre vino con ganas de charlar pavadas. “Mamá, estoy estudiando”. “Bueno, bueno. Te dejo tranquila”, pero cada diez minutos se acercaba a hacerme algún comentario o a recordarme algo que me había dicho ya mil veces. Entre pito y flauta se hicieron las seis de la tarde y ya no aguantaba más, pero todavía me quedaba la parte más difícil del desafío. Era insoportable al punto de que empecé a odiar el libro que pensé que iba a amar. Por favor que nadie me pregunte de qué se trata el libro, porque no sé qué responder. Quizás sea una mala lectora. Me pone triste pensar en eso. Al fin y al cabo ¿qué es ser un mal lector? Bueno, eso será motivo de otro ensayo.
Cené, también, mientras leía. O mejor dicho, cené sin dejar de torturar mi cerebro con la lectura. No porque sea una mala lectura, sino porque algo que se supone que debe ser placentero se tornó íntegramente agobiante. A pesar de este agotamiento, seguí. Y a eso de las once llegó mi papá con cara larga. Le habían roto el vidrio del auto e intentado afanar el estéreo. Parece mentira, pero es netamente cierto. Es más, esto mismo pasó con mi novio y el auto, hace dos meses, mientras yo hacía la observación para el otro trabajo. Es llamativo. En fin, dejé de leer por aproximadamente media hora. Fue un muy buen descanso. Volví embaladísima. Quería seguir leyendo y sentía que podía. Iba a entender todo, y así fue. Por un poco más de cuarenta minutos algo de lo que Joyce decía entraba realmente en mí.
De repente, una duda trascendental penetró en mí. “Y todo esto ¿qué carajo tiene que ver con La Odisea?”. Fue entonces cuando cometí el error del día: entré a Google. Y era tan obvio, y yo estaba tan quemada, y no lo pude ver. Y sentí que con eso que acababa de hacer mi día había perdido completamente el sentido. Continué con la lectura pensando en que soy una boluda, en que Pablo se cansa de repetir “No entren a Google”, en que “ahora no soy yo leyendo, sino que son muchos otros leyendo por mí”, etc, etc, etc. Todo ese poder de concentración que había ganado con la media hora de descanso la perdí en un solo click.
El final de mi noche se acercaba, algún que otro pajarito pionero empezaba a cantar y todas las conjeturas sobre el trabajo que me tocaba escribir luego de la siesta matutina se apoderaron de mi intelecto. Todas las dudas del principio del día volvieron, pero esta vez en aluvión. No podía concentrarme, ni hablar de leer. Y mis ojos hacían su movimiento continuo, de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Hasta que verdaderamente no pude más. Levanté la mirada, empezaba a clarear. Era la liberación. Si pensaba que el castigo era severo, yo me impuse un compromiso peor.

El profesor me había recomendado que escriba sobre aquello que sueñe después de la lectura. Efectivamente esta noche soñé. Nada memorable. Era una lluvia de ideas, absurdas casi todas, sobre el trabajo para el viernes, mañana, y sobre el ensayo final. Lejos de que se me ocurrieran maravillas y de que descubriese cosas extraordinarias sobre el Ulises, mi cerebro se centró en mis preocupaciones. Ahí fue cuando relacioné este día con aquellos previos a parciales. No vengo a decir “No dejes las cosas para último momento porque mirá si te pasa algo”, no. Querés dejar las cosas para último momento, dejalas. Allá vos, o yo. Lo que planteo es que no se puede tratar de comprender algo durante todo un día. Es imposible. No solo es un suplicio mental, sino que además de todo aquello que intentes aprehender en esas veinticuatro horas, casi nada será lo retenido. O al menos en mi caso. No digo que no se pueda repasar o ver algo que ya se ha entendido previamente. Lo que planteo es que no puedo, al menos yo, estar las veinticuatro horas del día tratando de descifrar enigmas, entendiendo frases complicadas. Muy probablemente distinto hubiese sido el caso si no me hubiese tomado el ejercicio tan al pie de la letra y lo hubiese leído por mero gusto. Como también es distinto estudiar sin el tic tac del reloj repiqueteando. Por más que quiera creerme que puedo estudiar todo el último día, no es más que una mentira.

1 comentarios:

Claudio Salvetti dijo...

Castigarte por no “dejar entrar” a Joyce es innecesario, "El" Ulises de Joyce es un libro escrito para gloria del autor, lo siento escrito desde el orgullo y para hacer sentir estúpido o perdido al lector, al final me parece que no enriquece al lector, a diferencia de Adan Buenosayres de Leopoldo Marechal, o la saga del Libro del Sol Nuevo de Gene Wolfe… http://salvettiwr.blogspot.com.ar/2009/12/el-libro-del-sol-nuevo.html

Hay estudios que demuestran que la mayoría de la gente puede mantener su pico de atención durante aproximadamente 2 horas, 2 horas y media, así que tampoco te reproches mucho lo otro…

Pero contenido aparte, me encanta tu estilo Ul!!

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